Renacer de lo alto, del Espíritu Santo
Lectio de Juan 3, 1-8
P. Fidel Oñoro cjm
A partir de hoy, y hasta la solemnidad de Pentecostés, en los días de semana estaremos leyendo de manera continua el evangelio de Juan.
La experiencia pascual se vive “sacramentalmente”, particularmente el Bautismo y la Eucaristía.
De hecho, este camino sacramental infunde en nosotros la vida nueva que nace de la Resurrección de Jesucristo, esto es, la vida que de aquí en adelante distingue a los hombres nuevos y resucitados por Cristo.
Pero, como veremos, la experiencia no se agota en estos dos experiencias fundantes de la “unión” con Cristo (Jn 3). El evangelio de Juan nos lleva por una ruta que pasa por Jesús “Pastor” (Jn 10) y por todas las indicaciones programáticas que Jesús da a su comunidad en el “discurso de depedida” (Jn 13-16) y en la monumental “oración” con que lo concluye (Jn 17).
En cuanto hacemos esta lectura guiada de los pasajes escogidos del evangelio de Juan, todos ellos textos con un exquisito sabor pascual, no perdamos de vista dos frases del evangelio que nos recuerdan la intención con la cual leemos todos estos textos que nos llevan a renovar la acogida (el “creer”) y a la encarnación (el “vivir”) de Jesús en nuestras vidas (Jn 20, 30-31, texto de la Octava de Pascua “in albis deponendis”).
El primer texto está en el prólogo y el segundo en la conclusión del Evangelio:
- [El Verbo] “Vino a los suyos, mas los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; estos no nacieron de sangre, ni de deso de carne, ni deseo de hombre, sino que nacieron de Dios” (Jn 1, 12-13).
- [Estos signos] “Han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (20, 31).
Nuestra lectura de Juan, al ritmo de la liturgia diaria, seguirá estas seis etapas:
(1) El diálogo nocturno de Jesús con Nicodemo (Juan 3; excepto los versículos 22-30) sobre el “Bautismo”. Primer sacramento pascual.
(2) El relato de la multiplicación de los panes y la catequesis sobre el “Pan de Vida” (Juan 6). Segundo sacramento pascual.
(3) Algunos pasajes de la alegoría del “Buen Pastor” (Juan 10).
(4) El discurso de despedida de Jesús a sus discípulos (o “Testamento de Jesús”; Juan 14-16).
(5) La oración sacerdotal de Jesús (Juan 17).
(6) El final del evangelio de Juan, con la última aparición de Jesús (Juan 21).
El culmen, como séptima etapa, será Pentecostés, cuando haremos una nueva lectura de Juan 20, 19-23 (la respiración del Resucitado dentro del discípulo).
- “Había un hombre llamado Nicodemo…”
¿Quién es Nicodemo?
Nicodemo es un hombre que viene a buscar a Jesús de noche y que con Jesús sale de la noche.
La noche hace de marco para el episodio del diálogo con Nicodemo.
(1) Un hombre de gran prestancia
A Nicodemo inicialmente se le describe como (a) fariseo y (b) magistrado judío; pero más adelante se dice también que es (c) maestro en Israel (cfr. v.10) y (d) miembro del Sanedrín (cfr. 7,45.50), que es la más alta instancia de autoridad judía.
(2) Un discípulo escondido que saldrá a la luz en la Pascua de Jesús (Jn 20, 39).
“Escondido’”. Es un rasgo destacable. Nicodemo es presentado por el narrador como un discípulo nocturno de Jesús: “Fue éste donde Jesús de noche…” (v.2ª).
Este comportamiento parece deberse a la cautela frente a Jesús y al temor de ser reconocido como discípulo, lo cual le puede costar la expulsión del Sanedrín e incluso del judaísmo (ver 9,22; ver 19,38-39, donde aparece asociado con José de Arimatea).
Pero también es “Valiente”. Hay que notar que, precisamente después de la muerte de Jesús que discípulos escondidos como éste saldrán a la luz pública, mientras que los más conocidos se esconderán (ver 20,19).
Precisamente en el acontecimiento pascual, al evocar este primer encuentro con Jesús (ver 19,39), se deja entender que el sentido de ocurrido en la Cruz ya estaba anunciado en la conversación de aquella noche.
(3) Un hombre sincero que ha entendido la obra de Jesús
Llama la atención que Nicodemo no considera contraria a su alta dignidad el ir donde aquel galileo.
No le pide ningún signo particular de su mesianismo, sino que se presenta ya con la actitud de un creyente.
Él está conmovido profundamente por sus obras de poder: “Porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él” (v.2c).
Como puede verse, interpreta su verdadero significado: las acciones de Jesús no son únicamente una ayuda para las personas que están en necesidad, sino que son una demostración de que el mismo Dios está con él.
Nicodemo reconoce que el Dios que él confiesa como su Dios, está detrás de todo lo que Jesús hace.
De esta observación y de esta correcta interpretación de las obras de Jesús, Nicodemo deduce la autoridad de Jesús como Maestro: “Sabemos que has venido de parte de Dios como Maestro” (v.2b).
Como acostumbra hacerlo el evangelista Juan, a quien le gusta dramatizar y presentar personajes como símbolos de un grupo entero, el Nicodemo que dialoga con Jesús por la noche representa y simboliza a todos los jerosolimitanos que muestran alguna simpatía por el joven rabí galilea, pero que a ante la prueba de los hechos de muestran incrédulos y rechazan al revelador del amor supremo de Dios, prefiriendo las tinieblas de la incredulidad (Jn 2,23-3,21).
Es uno que con Jesús sale de la noche.
Noche hecha de miedo y de valentía, noche vivida conscientemente, pero también con ingenuidad, noche hecha de claridad pero también de curiosidad.
También nosotros pasamos por nuestras noches.
Las noches de nuestras contradicciones, noches en las que nos sentimos temerosos y animados, inconscientes y lúcidos, enamorados y distantes.
Nicodemo es el hombre de la curiosidad académica, todavía anclado en sus certezas.
Es el hombre que presume que sabe: “sabemos que…”. Y a quien le cuesta abrir espacio interior a la nueva manera de ver y escuchar la vida que es propia del Maestro de Nazaret.
Nicodemo, no logra entrar en el secreto de la vida, una vida que lo llama a nuevos comienzos, a nuevos nacimientos.
- “Ver el Reino de Dios… Entrar en el Reino de Dios…”
Veamos el diálogo con Jesús.
La conversión de Nicodemo consiste en pasar de maestro a discíppulo.
Él llega con un “sabemos”, en sus labios, que en el evangelio de Juan es señal de ceguera, es el pecado de quien presume saberselas todas y de ver.
A lo mejor ya varias veces ha dicho sí con la cabeza a las enseñanzas y obras de Jesús.
Sabe de los signos de Jesús, pero le falta lo más importante: que el signo por excelencia es la persona de Jesús. Que todo debe llevar a descubrir la grandeza de Jesús. Mejor dicho, el problema es “ver el Reino de Dios”.
Y es en esta dirección que Jesús le responde: “En verdad, te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios” (v. 3).
Para entrar enel Reino de Dios hay que “nacer de lo alto”. Es necesario dejarse guiar por el Espíritu que es como un viento impredecible. Lo reconoces en las acciones de gente que se deja llevar por él, de gente no programada.
Lo que caracteriza a quien nace del Espíritu no es el encuadramiento, sino el desconfinamiento, o sea, la libertad interior.
Me pregunto cuán previsible soy, si siempre me quedo pegado en el mismo punto, anclado en la misma orilla. ¿Será que dejo que las velas de mi existencia se expandan y reciban el viento del Espíritu para navegar en alta mar?
No es cuestión de saber, sino de renacer.
Este renacer es la intervención de Dios en mi vida con un acto creador que determina un cambio desde lo más profundo de mis ser, en mis raíces.
Jesús responde sobre una pregunta que no le ha sido planteada, pero que es de decisiva importancia: “¿Qué se necesita para entrar en el Reino de Dios?”.
Jesús pone la mirada en lo central: Dios está a punto –por medio del ministerio del Mesías- a punto de desplegar definitivamente su potencia misericordiosa.
Para poder gozar plenamente de la eficacia de esta bendición hay que conocer las condiciones y hacer el itinerario: “Nacer de lo alto”.
Tengamos presente que en el Evangelio de Juan no es común el tema del “Reino de Dios” (de hecho, esta expresión sólo aparece aquí y en el v.5) sino más bien el tema de la “Vida”: sólo el poder de Dios puede darnos la vida eterna, o sea, la vida que no pasa y que es la única verdadera y efectiva vida (lo veremos en los próximos días: Juan 3, 15.16.36).
- “Nacer de lo alto…”: El camino para entrar en la Vida
Hay que nacer “de lo alto” (v. 3), es decir, que para tomar parte en el Reino de Dios se necesita de un nuevo nacimiento, de un comienzo completamente nuevo.
La vida eterna, que es la vida misma de Dios, se recibe ya desde aquí mediante un gesto creador de él en quien se abre a su acción por el creer.
Con esto Jesús enseña que la vida presente no puede transformase simplemente, así sin más, en vida en el Reino de Dios (en el ámbito de poder de la vida plena e inagotable de Dios), sino que para obtenerla, se necesita de una nueva existencia, la que te da el Santo Espíritu.
Nicodemo queda estremecido ante la propuesta: “No te asombres de que haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto” (v 7).
A pesar de que ha reconocido en Jesús un poder divino a través de sus signos (“Nadie puede…”), se confunde inicialmente ante la radicalidad del camino que el Maestro le acaba de proponer (“El que… No puede ver el Reino de Dios”).
Por una parte Él no niega la necesidad de este nuevo nacimiento, pero por otra no consigue imaginarse cómo puede esto ocurrir: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez…?” (v. 4; nótese la repetición continua del verbo “poder”).
Es curioso, charlando con un anciano, Jesús no lo preparara para morir sino para nacer, para comenzar desde el principio, pero de una manera diferente.
Jesús entonces le ayuda a comprender: el nuevo nacimiento se realiza a partir del agua y del Espíritu Santo (v. 5).
El ser humano no puede concederse este nuevo comienzo por sus propios medios porque las realidades del Espíritu sólo pueden provenir del don del Espíritu (“lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu es espíritu”, v. 6; ver Juan 1, 12-13).
Por tanto, es por medio del poder creador de Dios, el Espíritu Santo recibido en el Bautismo, que se logra este nuevo punto de partida en la vida y en el camino hacia la plena vida.
Con nuestras obras no conseguimos realizar el Reino de Dios, ni mucho menos alcanzamos los presupuestos para “entrar” en él (sentido del v. 6).
Se trata de la acción del Espíritu, lleno de poder, el cual obra de forma misteriosa (sentido del v. 8).
A nosotros nos corresponde mostrar nuestra mejor disposición, reconocer nuestra incapacidad, nuestra pobreza y abrirnos a su acción con profunda gratitud
¿Qué es nacer del Espíritu?
En el diálogo nocturno con Nicodemo, tenemos una de las frases más bellas y emocionantes de Jesús en el evangelio: “Lo que nace del espíritu es espíritu” (3, 6). Así la noche se ilumina.
Una persona que ha nacido del Espíritu, no sólo tiene el Espíritu, sino que es Espíritu Santo.
No sólo es un Templo del Espíritu, sino que es de su misma naturaleza, es de la misma “pasta” del Espíritu.
Nos referimos al espíritu con mayúscula y con minúscula. Con Mayúscula se refiere al Espíritu Santo de Dios, su fuerza vital e ilimitada. Con minúscula, al espíritu débil del ser humano.
Y el evangelio habla de los dos, como si Dios y el hombre estuvieran unidos en el mismo espíritu.
Muchas veces, san Pablo dice: ‘Ustedes son templo del Espíritu Santo’ (1 Cor 6, 19-20), pero hoy el evangelio anuncia algo mucho más potente: Ustedes no sólo son casa, templo, santuario del Espíritu, ustedes son Espíritu.
Quiere decir que yo vivo de mi raíz y que mi raíz es el Espíritu de Dios.
Todo ser genera hijos según su propia especie. También Dios genera hijos según la especie de Dios.
Es lo que hoy Jesús le dice a Nicodemo. Lo dice a ti que escuchas, a ti que crees, a ti que te inquietas, a ti que dudas.
Tú eres Espíritu porque el Espíritu es tu Padre y te ha dado su DNA, te ha transmitido los cromosomas divinos, que son amor, libertad, esperanza, ánimo, vida eterna, belleza, luz.
El biblista Giovanni Vanucci escribía: “el hombre es el único animal que tiene a Dios en la sangre. En la sangre, no como algo separado, añadido, sino como vida de mi vida. Así se separa la rama del tronco, ni el agua de su manantial. Tenemos la misma savia vital, la misma vida”.
Esta es nuestra vocación: comenzar desde el principio.
No importa la etapa del camino en la que nos encontremos o que creamos estar tú y yo.
Ante Jesús nadie es maestro de la vida, siempre somos discípulos dispuestos a aprender, no nuevos conocimientos, sino a “renacer de lo alto”.
Naceremos de lo alto, de aquel que es elevado en una cruz (como veremos mañana).