Se alegraron
Lectio de Mateo 28, 8-15
P. Fidel Oñoro cjm
Ninguno fue espectador del momento de la resurrección de Jesús. Quedó en el secreto de la noche.
Pero conocemos el testimonio de quienes lo experimentaron vivo y resucitado, a través del cuidadoso relato de la transformación de vida que les trajo y cómo tocó sus corazones.
A nuestra disposición se ponen signos y gestos para escrutar. Todo recabado de la experiencia primigenia.
Atención con las sorpresas narrativas, las preguntas, las emociones, los puntos de vista, en fin, las revelaciones y las misiones.
Los evangelios nos enseñan a acceder a la experiencia de Cristo resucitado a partir de los variados itinerarios que hicieron sus primeros seguidores.
Un primer detalle es que los signos que habían acompañado la muerte, siguen hablando todavía.
Pero lo que pone en movimiento no son los detalles externos sino un impulso interior que vive quien tiene apertura: un encuentro que toca el corazón es posible cuando se está abierto a una relación.
Uno tiene que poner cuidado porque la pascua no es una repentina restauración de la vida.
A Jesús no se le busca en un cuerpo del pasado. Así como no es una búsqueda de cadáver tampoco se trata de una reedición del Jesús terreno. La atención va más allá.
Tiene que ver con algo que se rompe para que algo nuevo ocurra.
La conversión pascual pasa por rupturas. Y para ello se requiere de la paciencia de los procesos, de la fatiga del caminar.
El relato de este lunes habla de María Magdalena y de ‘la otra Maria’, que encuentran un ángel en la tumba.
En obediencia dejan la tumba y el Resucitado sale a su encuentro. Él les confirma la misión.
Una clave de lectura del relato está en el ponerse en camino. Notémoslo: marcharse… correr… salir al encuentro.
‘Las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro’ (28, 8-9).
A Jesús se le reconoce cuando se acepta el desafío de ponerse en camino, cuando los pasos se encaminan y hacen caminar a otros en dirección de la cita que llevará a cabo el encuentro prometido.
Y las palabras del Resucitado son: ‘Alégrense! No tengan miedo: vayan a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán’ (28, 10).
Subrayemos cada palabra del Resucitado.
La primera es ‘alégrense!’.
Es permitir que dentro explote la vida, que se expanda el perfume vigoroso del amor.
Comienza un viaje que va desde estas lágrimas a todas las lágrimas del mundo para transformarlas en fiesta en contacto con la pasión de amor que comunica el Resucitado.
La segunda es ‘Vayan…’
¿A qué? ‘… A comunicar!’.
Jesús las convierte en apóstolas de los apóstoles.
Ellas llevan en la boca un calificativo que Jesús da a sus discípulos: ‘mis hermanos’.
Esta es la tercera palabra.
Jesús se define ‘hermano’ a pesar de que la comunidad dispersa le haya dado la espalda.
Llamarlos de esta manera es una mano tendida de reconciliación. Lo primero que hay que hacer es reconciliarse con el hermano (Mateo 5, 24), había enseñado, y esto es lo primero que hace.
Además lo hace como buen pastor que congrega a su rebaño disperso y herido. Así lo había prometido después de la última cena (Mt 26,31-32).
Finalmente, hay un detalle que no pasa desapercibido en este encuentro con el Resucitado.
La reacción de las mujeres discípulas ante Jesús cuando las saluda, es anotada por el narrador: ‘Se acercaron, abrazaron sus pies y le adoraron’ (28, 9).
Esta vez subrayo: ‘Y le abrazaron los pies’.
Ellas abrazan precisamente los pies de un Resucitado siempre en camino, en viaje más allá de las palabras, más allá de las ideas, de las instituciones y las formas, para renovar todas las cosas.
Es así como empieza un nuevo camino.