“En aquel tiempo, contaron los discípulos de Emaús lo que les había sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido en el partir del pan”.
Feliz Pascua a todos.
Para comprender el texto del evangelio de hoy es necesario colocarlo en el contexto. Estamos en el día de Pascua y Lucas, como hacen también los otros evangelistas, ha narrado la visita al sepulcro de parte de las mujeres. ¿Qué encontraron las mujeres? En el texto evangélico que escuchamos en la noche de Pascua, Marcos dice que han encontrado el sepulcro vacío y un joven que les habló. El evangelista Mateo dice que las mujeres vieron a un ángel que bajaba del cielo, que hubo un gran terremoto y que se sentó sobre la piedra y luego habló a las mujeres.
El evangelista Lucas dice que las mujeres han encontrado a dos hombres con vestiduras blancas que hablaron con ellas. El número dos, dos hombres… son dos testimonios. Se necesitaban dos testigos para certificar algo como verídico. Y aquí se trata de una verdad que es comunicada por dos testigos con túnicas espléndidas. Son las imágenes con las cuales el evangelista presenta la revelación que las mujeres recibieron de Dios. El color blanco afirma que la revelación que ellas recibieron, las palabras que han escuchado provenían del cielo. Son ciertas. El sepulcro está vacío y la voz que las mujeres escuchan de estos dos testigos de la verdad que les dicen: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? Ha resucitado. No está aquí”.
Y Lucas dice que las mujeres fueron a anunciar a los once el mensaje que habían recibido. Los once no creen a las mujeres. Dicen: son alucinaciones que ustedes han tenido. Pero Pedro corre al sepulcro, verifica que la tumba está vacía, no ve nada más. Regresa a su casa lleno de estupor. Luego Lucas narra el encuentro del Resucitado con los dos discípulos de Emaús, que regresan a Jerusalén para contar a los hermanos la experiencia extraordinaria que habían tenido. Y estos dos son informados por los once que el Señor se ha manifestado también a Simón.
Este es el contexto donde va ubicada la narración escuchamos en el texto evangélico de hoy. Está la comunidad reunida. Están los once, están los dos discípulos que regresaron de Emaús, y esto es lo que sucede mientras esta comunidad está reunida.
“Estaban hablando de esto, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con ustedes. Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma. Pero él les dijo: ¿Por qué se asustan tanto? ¿Por qué tantas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean, un fantasma no tiene carne y hueso, como ven que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies”.
Nos podemos imaginar a esta comunidad reunida, radiante de alegría por la revelación del Resucitado, que las mujeres y algunos de ellos han tenido. Están compartiendo unos con otros esta experiencia extraordinaria cuando –dice Lucas– Jesús se presentó en medio de ellos. Notemos bien. No dice que “se apareció” y que después desapareció. Dice que el Resucitado está en medio de ellos. El Resucitado nunca se alejó de su comunidad. Siempre ha estado con ellos. Son los ojos de los discípulos que son incapaces de verlo. Pero llega un momento en que sus ojos se abren y son iluminados por la luz de la Pascua y se dan cuenta de su presencia. Esa presencia que siempre había estado allí. Eran sus ojos que no eran capaces de verlo en medio de ellos. Ahora toman conciencia que Él está vivo. Que está con ellos.
Aquí tenemos un primer mensaje para nosotros. La experiencia del Resucitado en medio de nosotros puede ser hecha siempre cuando nosotros, en el Día del Señor, nos encontramos con los hermanos y hermanas, unidos en comunidad para escuchar la Palabra del Señor y compartir el pan eucarístico. De hecho, notemos el saludo del Resucitado: “La paz esté con ustedes”. Es exactamente el saludo del celebrante dirigiéndose a la comunidad reunida. En el Día del Señor es cuando nosotros apartamos nuestra mente y nuestro corazón de las preocupaciones que nos envuelven todos los días, y nos dejamos envolver de la luz que viene de la Palabra de Dios y del gesto del partir el pan.
Entonces, tomamos conciencia que el Resucitado no está lejos, sino que está en medio de nosotros. No se ha ido al más allá… permanece con nosotros, pero no como antes – hecho de átomos y moléculas – con el cuerpo, sino el Resucitado. Su cuerpo ya no es material. Los átomos pertenecen a nuestro mundo, no al mundo incorruptible de Dios. Por tanto, no podemos ver al Resucitado con los ojos materiales o tocarlo con nuestras manos. Pero lo podemos ver con los ojos de la fe. Con nuestras manos podemos ‘tocar´ al Resucitado en la señal de su presencia en el Pan compartido. Y vemos que los discípulos tienen una reacción extraña: “Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma”.
Como crónica, este espanto es poco verosímil. Los discípulos están contentos porque algunos de ellos han visto al Resucitado. Han hecho esta experiencia, y aparecen sorprendidos como si nada hubiese acontecido antes. Cuando el Resucitado se manifiesta, no puede espantar a la gente, sino llevar solamente alegría. ¿Por qué Lucas habla de esta manera? ¿Qué le quiere decir a sus lectores? Tratemos de comprenderlo.
Y para esto debemos tener presente el contexto cultural cuando Lucas escribe este episodio. No está hablando a los semitas, que conciben a la persona como ‘unidad´. Está hablando a los griegos. Y la cultura griega tenía una visión dualista de la persona… Sócrates, Platón… tenían esta concepción que conocemos muy bien: la distinción en la persona del alma y del cuerpo. No era una unidad. El cuerpo era considerado una prisión del alma. Lo que dice Sócrates a sus discípulos es que el alma debe liberarse de esta prisión y la muerte es una liberación. Por tanto, para ellos, era inconcebible una resurrección completa de la persona:
cuerpo y alma. Lo material, el cuerpo, no entraba en la inmortalidad, sino solamente el alma.
Y la consecuencia, por tanto, si estas personas de las cuales solo permanecía el alma se manifestaban a los vivos… ¿qué es lo que los vivos veían? ¿Qué es lo que podían ver de ellos? ¡Un fantasma! La sombra de estas personas. Y, de hecho, la literatura griega y latina está llena de escritos de espíritus de los muertos que se aparecen a los vivos. Así, Ulises encuentra la sombra de Aquiles, de Ajax, y de tantos otros. Eneas ve al padre Anquises, pero es solo la sombra de Anquises.
Los griegos no pensaban que el Resucitado fuese una persona real, sino solamente ‘algo´ de aquella persona… un espíritu, un alma. No concebían que la persona pasase a través de la muerte, permaneciendo plenamente lo mismo. Es precisamente para acabar con este equívoco, que Lucas presenta la reacción de los apóstoles como si se espantaran como si viesen a un fantasma. Y Lucas dice: NO, no es un espíritu. No es un ser efímero, inconsistente, diáfano. Y aquí tenemos un segundo mensaje para nosotros. Es muy actual.
Es el peligro de confundir a los difuntos, los resucitados, con el fantasma. Un peligro que existe también hoy. Por ejemplo, ¿qué pensamos que quedará de nosotros, de nuestra historia, del amor que hemos construido, de nuestra vida donada para la alegría de los hermanos? ¿Qué permanecerá? La nada ciertamente nos da miedo. ¿Quedará solamente un recuerdo vago – algo evanescente de nuestra persona? ¿Cómo imaginamos a las personas queridas que nos han dejado? ¿Como ‘almas’ o como personas en la plenitud de su identidad humana? Personas con las cuales puedo relacionarme, puedo hablar, personas a las cuales puedo alcanzar con todo mi amor, pues son completamente reales, están en la plenitud de su existencia. Quizás debo también hacer llegar a ellos mi perdón por cualquier falta cometida o perdonarlos por cualquier falta que ellos hayan tenido. ¿Estoy convencido que podemos seguir dialogando con ellos o pienso que se trata de algo etéreo, inconsistente?
Al entrar en el mundo de Dios no hay solo una parte de nuestra persona, solamente el ‘alma’. Es toda nuestra persona que viene transfigurada. De hecho, cuando invocamos a los santos: San Antonio, al Padre Pío… no lo imaginamos como almas, sino que les hablamos como a personas que se encuentran en la plenitud de su realidad humana. Debemos hacer lo mismo con las personas queridas que nos han dejado. Es por esto que el evangelista Lucas insiste en la corporeidad de los resucitados.
No son fantasmas. Son ellos mismos. Pero, atención a no confundir esta ‘corporeidad’ del Resucitado con lo ‘material’. Para un semita, el cuerpo es toda la persona. Aquí, como una persona revestida de una realidad corporal, tangible. En el mundo de Dios no entra lo ‘corruptible’ sino que toda la persona es transfigurada. Es para subrayar esta concreción que el Resucitado muestra sus manos y sus pies. “Observen mi persona”.
El Resucitado es reconocido, quiere ser reconocido, por sus manos y sus pies. Esta invitación parece algo curioso porque nosotros reconocemos a las personas por sus rostros. Aquí, en cambio, el Resucitado se hace reconocer por los manos y los pies perforados. Son las manos y los pies que fueron clavados en la cruz, el gesto sublime del amor, del don de la vida. Sobre las manos ya hemos hablado el domingo anterior cuando comentamos la manifestación del Resucitado narrada por Juan.
Esas manos son las manos de Dios, que han realizado solamente obras de amor. Y los
pies. ¿Por qué se insiste tanto sobre los pies? Los pies de Jesús son los pies de Dios. Han andado mucho. Han venido desde lejos para hacer conocer el amor de Dios por la humanidad. Los enamorados no conocen distancias. La transcurren siempre porque quieren encontrar a la persona amada. Los pies nos dicen que Dios ha venido desde lejos para abrazarnos. Vinieron a nosotros… han caminado al lado de nuestros caminos para que nosotros contemplásemos el rostro de Dios en el rostro de Jesús de Nazaret. Y estos pies caminaron hasta el Calvario. ¿Se pararon en el Calvario?
Esta es la invitación del Resucitado: Observen, contemplen, mis pies. Continuaron su camino. Estos son los pies gloriosos, las heridas gloriosas – el testimonio de amor que podemos contemplar en la gloria de Dios. Mateo narra que cuando las mujeres encontraron al Resucitado, no es que lo hayan abrazado… han abrazado sus pies.
Y aquí tenemos un tercer mensaje importante y actual para nosotros hoy: Si no vemos hasta dónde llegan los pies del que dona su vida por amor, falta la visión que da el sentido pleno a nuestra vida. Si no seguimos la dirección que han seguido esos pies, seguiremos la dirección equivocada en nuestra vida. Si no comprendemos la realidad de ese mundo a donde llegan esos pies… un mundo que no es material, no logramos tener un sentido cabal de toda nuestra vida, a todos los objetivos, aún los más nobles, por los cuales nos empeñamos: la justicia, la paz, la ayuda a los pobres. Si, en vez, vemos hacia donde se dirigen esos pies de aquel que ha donado su vida por amor, comprenderemos que nuestros pies, en pos de los suyos, caminan hacia un mundo definitivo.
Y ahora Lucas utiliza un lenguaje material que también puede ser mal entendido. Tomado a la letra, como crónica, presenta dificultad. Y para no equivocar el mensaje, continuemos a tener presente el objetivo –sobre el cual he insistido–. Lucas no quiere que sus lectores confundan al Resucitado con un fantasma que encontramos en la tradición popular. Escuchemos lo que dice el evangelista:
“Era tal el gozo y el asombro que no acababan de creer, entonces les dijo: ¿Tienen aquí algo de comer? Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia”.
Creo que el lenguaje con imágenes tan concretas empleadas por Lucas, nos hayan dejado un poco perplejos, un poco desconcertados. Un resucitado no come… no digiere… Ni tampoco hoy es fácil de encontrar pescado en Jerusalén… ¿Qué nos quiere decir Lucas? Ciertamente, esta insistencia sobre la corporeidad del Resucitado es casi excesiva; es un realismo que nos da un poco de molestia… pero todo esto es para decir que el Resucitado no es un fantasma. Este es el mensaje que Lucas quiere comunicar a los miembros de su comunidad de origen griego, por tanto, para esa cultura. Y este lenguaje tan concreto se une a lo que dice Pablo escribiendo a los corintios en el capítulo 15, cuando dice que el Resucitado no tiene un cuerpo material hecho de átomos.
Es un cuerpo que Pablo llama ‘espiritual’, que no quiere decir etéreo sino concreto… pero no de este mundo. Y añade que lo que es corruptible no puede llegar a la incorruptibilidad. Llama tontos a los que piensan que es lo material lo que entra en el mundo incorruptible. Tengamos también presente que es solamente Lucas que emplea este lenguaje y lo emplea también en el libro de los Hechos de los Apóstoles cuando pone en los labios de Pedro estas palabras: “Hemos comido y bebido con él después de su resurrección de los muertos”.
Digámoslo claramente: son imágenes empleadas por Lucas para hablar de la realidad del Resucitado en un mundo donde la gente pensaban que los resucitados eran fantasmas. La resurrección corpórea no significa resurrección material.
Otro mensaje importante para nosotros hoy: cuando imaginamos la vida de aquellos que están con Cristo, personas amadas que nos han dejado y que creemos que están con él, lo vemos quizás nosotros de manera vaga, borrosa… NO. Sus vidas y sus personas son muy reales y muy concretas. Y la comunicación con los resucitados no es menos real, sino inmensamente más verdadera pues sus cuerpos han superado todos los límites que pertenecen a nuestro mundo material.
Esta revelación, que el destino de una vida donada por amor no permanece en el sepulcro, sino que está en el mundo de Dios, ha sido preparada en la Escritura. Y no se puede ver dónde ha llegado la vida de Jesús si no se abre el corazón al mensaje de la Escritura.
“Después les dijo: Esto es lo que les decía cuando todavía estaba con ustedes: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura. Y añadió: Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día; que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Ustedes son testigos de todo esto”.
Jesús comienza a dar una lección a los discípulos sobre la Escritura. Ya lo había hecho con los dos de Emaús. Había abierto sus corazones para que entendieran la Escritura. ¿por qué esta insistencia sobre la Palabra de Dios, del Antiguo Testamento, sobre esta luz que debe iluminar la mente de los discípulos? La razón es que ellos se encuentran frente a un Mesías con las manos y los pies perforados… ¿Qué mesías estaban esperando? Un mesías que anduviese por el mundo… por todos los caminos para conquistar y someter a todos. Esas manos deberían utilizar las armas para imponer el poder del pueblo elegido sobre el mundo y así establecer el mundo nuevo. Pero en vez se encontraban de frente a manos y pies que son la identidad del mesías de Dios que contradecían todas sus expectativas y sus esperanzas. ¿Qué les dice el Resucitado? Lean la Escritura y comprenderán el verdadero diseño de Dios, que no era un mesías que cambiaría el mundo con la fuerza, con el poder, con el dominio, sino con el amor. Este era el proyecto de Dios y ha pasado por los acontecimientos que para nosotros aparecen como una derrota, un fracaso, mientras en vez era el proyecto de Dios que se realizaba a través del mayor crimen cometido por los hombres. Pero, cuando vieren a este Cordero, han comprendido que todo el proyecto de Dios presentado comenzando por la Escritura, por el Antiguo Testamento, llevaba a la realización de un mundo que es amor y solamente amor. Este es el mundo nuevo.
Y el Resucitado concluye, diciendo a su comunidad, “ustedes son testigos de esto”.
Testigos con la palabra y con sus personas que encarna este mundo nuevo al cual, Jesús de Nazaret, con sus manos perforadas y sus pies perforados ha dado comienzo, no al mundo de los dominadores, sino al mundo de aquellos que donan su vida por amor. De esto, dice hoy el Resucitado, ustedes son testigos.
Les deseo a todos una buena Pascua y una buena semana.