“En aquel tiempo, dijo Jesús, ‘Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador’”.
Una buena Pascua a todos.
En el evangelio según Juan Jesús nunca habla en parábolas como lo hace en los evangelios sinópticos, sino que utiliza símiles e imágenes para comunicar su mensaje. Dice, por ejemplo, ‘Yo soy el pastor verdadero’; ‘Yo soy la luz del mundo’; ‘Yo soy el pan de vida’ y hoy le hemos oído utilizar la imagen de la vid: ‘Yo soy la vid verdadera’.
Para nosotros hoy la vid y los viñedos solo tienen un significado y un valor económico; no era así en la época de Jesús. Existían los grandes terratenientes que tenían sus propios viñedos, pero cada familia, al lado de su propia casa, tenía una vid y como la vid es una planta muy longeva que puede durar siglos y por tanto ‘…conoció a mis antepasados’ se convertía como en un miembro de la familia y se entablaba una relación afectiva porque esta vid siempre había dado deliciosos racimos de uvas que había hecho feliz a esta familia. Luego, las ramas y las hojas daban una buena sombra y así nació un proverbio que se repitió muchas veces en la Biblia para indicar el tiempo de la serenidad, de la amistad, de la paz, de la alegría; el tiempo cuando estás sentado bajo tu propia vid y tu propia higuera.
Y es en este contexto que Jesús utiliza la imagen de la vid. Se presenta como la vid verdadera y su afirmación no es tranquila y bondadosa porque al decir que él es la verdadera vid, alude a otra vid que se creía que era la verdadera sin serla. ¿A qué vid se refería? La vid, junto con la higuera, es uno de los símbolos del pueblo de Israel y ¿cómo es que Israel se había aplicado la imagen de la vid? Porque la vid da deliciosas uvas y de las uvas sale el vino que es el símbolo de la alegría, de la fiesta. Israel estaba convencido de ser una vid que ofrecía al Señor lo que le hace feliz, lo que le agrada, que le introduce en una fiesta y en la alegría.
Y añadamos, además, que la vid en la biblia es también la imagen de la esposa que ofrece a su marido la delicia de su amor. El salmo 128: “Tu esposa es como una vid fructífera en la intimidad de tu hogar”. Israel estaba convencida de ser esta vid, esta esposa fiel al Señor, siempre dispuesta a llenarlo de alegría; y, de hecho, ofrecía las uvas que producía: sacrificios, ofrendas, holocaustos, incienso, oraciones, cantos y música realizados a la perfección. El problema fue que Dios no estaba interesado en estos frutos, eran follaje. Por la boca del profeta Oseas dijo: “Quiero obras de amor, no sacrificios”. Y la denuncia de la falsedad de esta vid está hecha también por los otros profetas.
El famoso ‘canto de la viña’ del profeta Isaías, este joven profeta, de unos 20 años, que quiere denunciar esta farsa religiosa. Ya lo hizo al principio de su libro, pero luego lo retoma con un canto que compone y que probablemente actuó acompañado de una cítara cantando a sus amigos en los callejones de la ciudad de Jerusalén como lo hacen los narradores ambulantes y luego esta canción fue escuchada y cantada por aquellos a quienes les gustó y entendieron así el mensaje provocador. Es una canción muy hermosa que fue preservada en el libro del profeta Isaías; es una pena que no se haya conservado la música. Es una canción en la que Isaías cuenta la historia de amor de un amigo suyo, que es claramente Dios, con su viña, con su esposa y el que está escuchando esta canción entiende que este amigo suyo es Dios que se enamoró de una muchacha, simbolizada en la vid, a la que colmó de cuidados y atenciones pero luego esta vid produjo uvas incomestibles, esta esposa fue infiel.
Esta es, entonces, la falsa vid: Israel que decepcionó las expectativas de su esposo, el Señor. De hecho, dice la canción de Isaías que el Señor esperaba justicia y en cambio vio derramamiento de sangre; esperaba rectitud y escuchó los gritos del pueblo oprimido. Estas son las mismas acusaciones que hace el Señor a Israel por boca de Jeremías: ‘Te había plantado como una viña fina, hecha toda de vides genuinas, ¿cómo es que se convirtió en una viña bastarda?
Cuando Jesús dice: “Yo soy la viña verdadera” todos entienden la alusión que estaba haciendo. Israel había defraudado a su Señor. Y ahora Jesús especifica quién es el dueño de esta viña, el responsable es el Padre, él es el viñador; él es el que ha creído en esta vid y ha apostado todo por ella y si no produce frutos es un fracaso también para él. Escuchemos ahora lo que el Padre, el viñador, hace con esta viña:
“Él corta los sarmientos que en mí no dan fruto; a los que dan fruto los poda para que den aún más. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he anunciado”.
En los pocos versículos del evangelio de hoy oiremos a Jesús repetir siete veces la expresión ‘dar fruto’; si la vid si no produce uvas no sirve para nada. El profeta Ezequiel en el capítulo 15 lo dice muy bien: “¿En qué gana la vid a los demás arbustos silvestres? ¿Sacan de ella madera para cualquier labor? ¿Sacan acaso clavos para colgar la vajilla? Si la echan al fuego para que se consuma, y el fuego le devora las puntas y el centro se quema, ¿para qué trabajo servirá? La madera de la vid si no produce uvas hay que echarla al fuego porque no sirve para nada. Si el nogal no produce se corta y la madera se usa para hacer armarios, puertas.
Lo que distingue a la vida falsa de la verdadera es el fruto. Y esto es válido para Israel y para la comunidad de los discípulos de Cristo. Los profetas que hemos escuchado: Oseas, Isaías, Jeremías no estaban condenando al pueblo de Israel, estaban condenando una determinada práctica religiosa hecha de apariencias, no de frutos agradables al Señor. Por lo tanto, se puede ser discípulo de Cristo sólo con palabras. Lo dice Jesús en el Evangelio: “No el que dice: ‘Señor’, ‘Señor’ entrará en el reino de Dios sino quien hace la voluntad del Padre”. Y también Juan, en su primera carta: “Hijos no amemos con palabras, con la lengua, sino con hechos y en verdad, produciendo frutos”.
Nos preguntamos, entonces, cuál es este fruto que el Padre celestial espera. Pensemos en el significado simbólico que tienen las uvas y el vino en la biblia: la alegría, la fiesta; este es el único fruto que el Padre celestial espera de esta vid. Este es el mundo que el Padre quiere, donde todos sus hijos e hijas sean felices. No quiere otros frutos sino la alegría de sus hijos e hijas. Y ¿qué hace el agricultor para que la vid produzca este fruto, un mundo completamente nuevo donde desaparece el dolor, la falta de vida? Dice Jesús que realiza dos acciones; la primera, ‘si un sarmiento no da fruto lo quita, si el sarmiento da fruto entonces lo poda porque quiere que produzca aún más fruto’.
Estas son acciones que eran realizadas por los agricultores en dos estaciones diferentes del año. Durante el invierno el agricultor se acercaba a la vid y quitaba las ramas inútiles, y luego, en agosto, realizaba otra acción: quitaba los sarmientos más débiles para favorecer a los mejores. El objetivo es para tener una cantidad aún más abundante de uvas. Comencemos por la primera acción del Padre celestial: quita el sarmiento que no da fruto. No sirve.
La interpretación más inmediata podría ser la de una amenaza contra los cortes de los sarmientos que están muertos, improductivos y son por tanto aquellos cristianos que se llaman cristianos porque están en la lista de bautizados pero luego no producen este fruto… entonces el Padre celestial los corta y los arroja al fuego…
Abandonemos esta interpretación engañosa que contradice la predilección del Padre celestial para los sarmientos más débiles. Toda persona está animada por la savia, que es el Espíritu de Cristo, no solo los que pertenecen a la institución eclesial sino toda persona es una rama, un sarmiento que algo produce y el Padre celestial no ahuyenta a nadie, no arroja a nadie al fuego.
Entonces, ¿qué es lo que esta diciendo Jesús? El discurso esta dirigido a los cristianos que en el bautismo han sido insertados en Cristo como sarmientos a la vid. Jesús esta diciendo que no es suficiente estar nominalmente, externamente insertado en esta vid, hay que dejar actuar a la savia el Espíritu de Cristo que es lo que lo ha llevado a dar todo de sí por amor, porque este Espíritu puede estar bloqueado y si no llega a lo íntimo que cada uno tiene en sí mismo, si bloquea esta savia, las ramas no producen nada. Por lo tanto, no es una amenaza, sino una advertencia contra el peligro de no dejar que el Espíritu de Cristo surta efecto.
Esto puede suceder en toda persona y también en los cristianos. En este caso, Jesús dice que la rama está seca, no produce alegría en el mundo sino dolor y todo el tiempo que la rama deja pasar no animada por la savia de Cristo es tiempo perdido de vida, tiempo quemado del que no quedará rastro. Esta es la advertencia hecha por Jesús con esta llamada al peligro de estar unido a la vid pero luego bloquear el Espíritu de Cristo.
La segunda acción del Padre celestial, en la que nos muestra todo su cuidado para que los sarmientos produzcan lo máximo se presenta con la imagen de la poda. Existen cortes incluso donde los sarmientos son buenos y producen frutos pero son cortes que estos sarmientos necesitan. Podríamos dar muchos ejemplos de contextos de vida de cada uno en los que se ha bloqueado la savia del Espíritu.
Pensemos en esos momentos en que nos perdemos en la inutilidad, en cosas triviales, efímeras; pensemos en la cantidad de pérdida de tiempo de muchos jóvenes y muchos adolescentes en las redes sociales. Se necesita podar, dejar que el Padre celestial nos pode de estas pérdidas de vida. Pensemos en esos momentos en que nos dejamos guiar por la indolencia, la pereza, las pocas ganas de ponernos a disposición cuando alguien necesita ayuda. Pensemos en los cortes que necesitan los que viven una doble vida, hecha de concesiones. Pensemos también en los cortes que necesitan los que tienen un apego morboso a los bienes, no ven nada más que el dinero y, por lo tanto, se olvidan de quien está necesitado. Estas personas también hacen muchas cosas bellas, pero necesitan ser purificadas y el Padre hace estos cortes.
Ahora nos preguntamos: ¿Cómo hace el Padre celestial estas podas de las que todos tenemos necesidad? Jesús nos dice cómo poda el Padre celestial: con su Palabra. “Ustedes están limpios por la palabra que les he anunciado”, dice Jesús. Esta palabra es la palabra del evangelio, es como “una espada de dos filos” dice la carta a los hebreos, esta palabra penetra hasta el punto de división de alma y espíritu, de las articulaciones y escudriña los sentimientos, los pensamientos del corazón; no hay rincón oscuro de nuestra vida, rincón secreto del corazón que pueda escapar a esta luz de la palabra del evangelio.
Esta palabra ilumina todos los contextos de tu vida en los que bloqueas la savia del Espíritu de Cristo, cuando no dejas actuar a este Espíritu que te llevaría a amar y consumir tu vida para hacer feliz y producir alegría a los hermanos y hermanas. Esta palabra te indica todas las ramas muertas que deben ser eliminadas de tu vida, las hojas inútiles que quitan espacio, quitan rayos de sol a las ramas que, en cambio, son productivas.
Y está claro que la poda siempre implica también un aspecto doloroso y hay que tenerlo en cuenta porque a todos nos da pena ver cortados ciertos comportamientos a los que nos aficionamos. El libro de Job lo dice bien: ‘Las manos de Dios hacen doler para sanar’. Pensemos, también, en tantas de nuestras manifestaciones religiosas, ciertas devociones que practicamos porque nos calman y nos dan, tal vez, la ilusión de estar en buena relación con Dios, pero nos detenemos ahí, no llegamos a producir esos frutos que el Padre celestial espera. La palabra del evangelio ilumina muy bien este comportamiento religioso y nos dice que demos un paso más y lleguemos a producir obras de amor, que son las únicas que interesan al Padre celestial.
Jesús dijo durante la última cena: “Ya están limpios por la palabra que se les ha anunciado, pero no todos”. Había uno que pertenecía exteriormente a la comunidad de discípulos pero no se había dejado podar. Era Judas, que cultivaba sueños de grandeza, de sus tradiciones religiosas de las que Jesús no fue capaz de desprenderlo y él ha entregado al maestro a la autoridad religiosa. Es un ejemplo de una persona que no se ha dejado podar por la palabra del evangelio.
Pero el Padre celestial no poda solamente con la palabra sino también nos guía por medio de sus ángeles que pone a nuestro lado; ellos son nuestros hermanos y hermanas quienes ven muy bien cuales son en nosotros las ramas que necesitan ser podadas porque nos molestan. Nosotros vemos muy bien en los otros cuando el Espíritu no está en acción, sino el egoísmo, el maligno que los hace centrar en ellos mismos, y así ellos no producen fruto. Estos ángeles cuando nos muestran las ramas que necesitan ser podadas son los que el Padre celestial utiliza para purificar nuestra vida.
Pero el Padre celestial utiliza también nuestra propia vida para purificarnos de nuestros ídolos que muchas veces, cuando pasan los años, cuando llegan los achaques, cuando nuestras fuerzas declinan nos damos cuenta que se desmoronan. Como ídolos eran cosas muy hermosas pero cuando pusimos toda nuestra esperanza en esos ídolos, todo nuestro sentido de la vida, fuimos esclavos; en cambio a través de lo que sucede en nuestra vida somos invitados a mirar el sentido de nuestra existencia más allá de lo finito.
Y existe también otra forma con la que el Padre celestial poda esta vid y es a través de las críticas, a veces duras y mordaces, que desde muchas partes del mundo laico se dirigen a nuestra comunidad cristiana y no podemos descartarlas muy fácilmente diciendo que son expresiones astutas de gente prejuiciosa y que por lo tanto no hay que tenerlas en cuenta. No, pueden ser muy ciertas, pueden ser un reclamo a una vida poco evangélica; entonces, el Padre celestial se vale de ellas para podar esta vid y hacerla producir mucho fruto.
Y ahora Jesús aclara la imagen de la vid y los sarmientos con un verbo que en el evangelio según Juan se repite 40 veces; es un verbo muy importante y se repite siete veces en estos pocos versículos de nuestro evangelio. Es el verbo “permanecer” del cual queremos captar el significado.
Escuchemos:
“Permanezcan en mí, como yo en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto por sí solo, si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos: quien permanece en mí y yo en él dará mucho fruto; porque separados de mí no pueden hacer nada. Si uno no permanece en mí lo tirarán afuera como el sarmiento y se secará: los toman, los echan al fuego y se queman. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pedirán lo que quieran y lo obtendrán. Mi Padre será glorificado si dan fruto abundante y son mis discípulos”.
“Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes. ¿Qué significa este verbo ‘permanecer’? Ya está al principio del evangelio según Juan cuando el Bautista señala a Jesús a dos de sus discípulos como el Cordero. Ellos siguen a Jesús y Jesús se dirige a ellos y les pregunta: “¿Qué buscan?”. Y ellos responden: “¿Dónde vives – cuál es tu morada? y vieron dónde se alojaba y se quedaron con él ese día”. Jesús no tenía casa en ese lugar; es otro significado el de morar. Se dieron cuenta que Jesús es una persona extraordinaria y le preguntaron ¿dónde moras? ¿cuál es tu mundo?
Pongamos algunos ejemplos que nos ayuden a entender el sentido de esta morada que Jesús more en nosotros y nosotros en Cristo. Pongamos el ejemplo de los enamorados: cuando uno está enamorado lleva siempre dentro de sí a la persona amada; la trae en su corazón, la recuerda continuamente con alegría, en cualquier situación. Si es un estudiante, en un momento determinado empieza a mirar fijamente, su cabeza esta ahí – para la persona amada. Si está trabajando, suena el teléfono… tal vez es la persona que amo que me llama… Esa persona ‘mora’, vive en él; todo le recuerda a esta persona porque la tiene dentro de él, vive en él, la lleva siempre con él. Eso es lo que dijo el principito: ‘si ves el color del trigo te acordarás de mí porque mi pelo es rubio’. Para alguien que está enamorado cualquier cosa le recuerda a la persona amada.
Esto es lo que dice Jesús: “Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes”. Cualquier evento nos tiene que recordar a él si realmente estamos inmersos en él, unidos a él íntimamente como los sarmientos a la vid.
Otro ejemplo: Comentando las quejas, las protestas de los israelitas durante el éxodo, que se quejaban todo el tiempo, lamentando las ollas y sartenes con las que soñaban, porque no es que comieran carne todo el tiempo en Egipto, sino todo lo contrario. Los rabinos decían que era más fácil para Dios sacar a su pueblo de Egipto que quitar a Egipto del corazón de su pueblo. Había permanecido con este pueblo. Egipto vivía todavía en el corazón de los israelitas, este pensamiento los acompañaba siempre. Es la misma situación que se repetirá para los israelitas en Babilonia… El Señor librará a este pueblo de Babilonia pero Babilonia todavía permanecerá en su corazón. Aquí está esta ‘morada’.
También nosotros tenemos la experiencia cuando un amigo que ha marcado nuestra vida profundamente tal vez porque el encuentro con él nos hizo comprender el verdadero sentido de nuestra vida o nos sacó de un peligro, esa persona permanece en nosotros; o una viuda que a veces la oímos exclamar ‘tantos años han pasado pero mi marido siempre permanece en mi’, no es sólo el recuerdo, el lamento sino toda esa historia de amor que ha marcado su vida que permanece y que el tiempo nunca puede borrar. En eso consiste el ‘habitar’, no se trata de vivir en un espacio material, sino de una relación profunda, una comunicación íntima de pensamientos, emociones, sueños, opciones…
A partir de estas experiencias emocionales, permanecer en Jesús, permanecer en su vida significa permanecer en su mundo, permanecer en su forma de pensar, de amar y de actuar. Todo este pensamiento, esta búsqueda de Cristo se convierten en mías. O sea, Cristo se ha implantado profundamente en el corazón de tal manera que no puedo hacer nada que no esté de acuerdo con él.
Es lo que dice Pablo con entusiasmo; repite 164 veces en sus cartas el estribillo de estar en Cristo, continuamente envuelto en su persona. En la segunda carta a los corintios, en el capítulo 5: “Si uno está insertado en Cristo, en esta vida, es una nueva criatura; las cosas viejas pasaron, las nuevas han surgido”. O en la carta a los gálatas: “No soy yo quien vivo, es Cristo que vive en mí”. Viven en simbiosis, en sintonía, uno habita en el otro. Esto es el ‘pertenecer’ que Jesús nos recomienda porque si no moramos en él, nuestra vida no produce fruto. Nuevamente en la carta a los gálatas: “Los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo, se han despojado del hombre viejo, se han despojado de sus acciones, y se han revestido del hombre nuevo”.
Entonces podemos preguntarnos ¿dónde moro yo? ¿dónde pongo el sentido de mi vida? ¿quién y qué tengo en mi corazón que recuerdo continuamente, que decide todas mis elecciones? De esta manera puedo responder dónde permanezco y quién mora en mi. Jesús continua diciendo: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos, quien permanece en mí y yo en él producen mucho fruto”.
Sin la savia que es el Espíritu de Cristo que lo llevó a amar incondicionalmente, incluso a sus enemigos, sin este Espíritu, separado de este Espíritu nuestra vida es simplemente biológica
. Y ¿cuáles son los frutos que produce esta savia? Nos lo dice muy bien Pablo en la carta a los gálatas, en el capítulo 5: El fruto del Espíritu es, en primer lugar, el amor, el agape, este término ‘agape’ define el amor total que es el de Cristo que tiene un amor incondicional, que busca la alegría del otro y esto es suficiente, no piensa en sí mismo. Este es el ‘agape’, es el primer fruto del Espíritu, el amor incondicional, incluso para los que me han hecho daño.
En segundo lugar, la alegría, la paz, la paciencia, el saber adaptarse a las necesidades del hermano en cada situación de la vida, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí… este es el fruto de esta savia que es el Espíritu de Cristo. Dice Jesús: ‘Si alguien no permanece en mí, es una rama seca’. Es una amonestación severa; no son las personas las que son echadas fuera, sino que toda actividad que se realiza desligada del Espíritu de Cristo no tiene consistencia, es basura y por eso se quema. La imagen es la que usa el Bautista que dice: “Quien viene detrás de mi tiene la horquilla en la mano, cosecha el buen grano pero la paja es barrida y echada al fuego”.
La parte de nuestra vida que no es movida por el Espíritu es la biológica, pero de esta no queda nada porque la única parte de nuestra vida que queda es la movida por el Espíritu, la que produce el amor incondicional. “Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pedirán lo que quieran y lo obtendrán”. Los deseos del que está inserto en la vid y en él circula la savia que es la de Cristo, sus deseos son los del Espíritu, por lo tanto, el deseo no será dominar, ser servido sino dar alegría al hermano. Estos deseos se cumplirán porque el Espíritu les dará la fuerza para realizar este amor.
“Mi Padre será glorificado si dan fruto abundante y son mis discípulos”. El fruto de la vid: la vid no produce fruto para sí, produce fruto para que alguien lo disfrute y, por lo tanto, el discípulo de Cristo no produce amor para la autosatisfacción de su propia perfección moral y ni siquiera para obtener una recompensa en el paraíso. No; produce frutos porque se alegra de ver a alguien feliz; se alegra de ver que el amor de Dios se ha manifestado a través de él. Se alegra porque ve nacer a alguien y da su contribución a un mundo donde hay alegría, que es el único fruto que espera el Padre del cielo.
Les deseo a todos una Feliz Pascua y una buena semana.