Él transforma las aguas en camino
Lectio de Juan 6, 16-21
P. Fidel Oñoro cjm
Jesús hace camino sobre el mar. Un nuevo signo ocurre precisamente después de la distribución de los panes, de multiplicar vida para una gran multitud.
El relato, que hace de puente hacia el discurso del pan de vida, se enfoca en un punto pendiente desde la conclusión del relato anterior: lo habían querido coronar rey, pero Jesús se les escabulló (6, 15). Era evidente que no quería dejarse atrapar por ese tipo de expectativa mesiánica. La cuestión quedaba en aire: entonces, ¿quién es Jesús?
El episodio sobre el mar intenta resolver el enigma sobre la identidad de aquel que le habían quitado el hambre a los cinco mil.
Un episodio parecido es narrado por los otros evangelios (Mc 4, 35-41; Mateo 8, 23-27; Lucas 8, 22-25). Pero mientras ellos se centran en el prodigio de una tempestad calmada, para Juan se trata más bien de una manifestación de persona divina de Jesús.
- El punto de partida
A diferencia de los otros evangelios, no se embarcan por orden de Jesús, sino por iniciativa propia. De hecho, Jesús y sus discípulos van en direcciones diferentes: Jesús se va a una montaña sin decirles nada; ellos, en cambio, “descienden” (en griego “katébesan”) a la orilla del mar (6, 16), era un regreso a Cafarnaún, a casa.
Jesús busca la soledad total (6,15). Pero no se queda en ella. El mismo narrador crea la expectativa de un reencuentro: “Todavía no había llegado” (6, 16).
El encuentro tendrá lugar en medio del mar y en medio de la “tiniebla” (la “skotía”; 6, 17), la oscuridad más densa. ¿Una alusión a su ausencia-muerte y regreso-resurrección, como dirá en 16, 16-23?
Para el cuarto evangelio la “tiniebla” no es sólo lo que viene con la noche, sino que se le ha asigna también una valencia simbólica, como lo que se contrapone a la luz y de la cual es salvado quien sigue a Jesús (1, 5; 8, 12).
Pues bien, “ya había oscurecido” (6, 17). El narrador describe a los discípulos envueltos en la tiniebla, experimentando la consternación de su ausencia.
Enseguida el segundo elemento perturbador: la barca de los discípulos avanza con dificultad, casi bloqueada por fuertes ráfagas de viento contrario. El mar se encrespa cada vez más, obviamente el remar es casi inútil (6, 18).
Ya el narrador había hecho notar la ausencia de Jesús. No es difícil intuir lo que pasa: sin Jesús la situación se va volviendo cada vez más difícil.
- Cómo cambia la situación
Si han remado veinticinco o treinta estadios (un “estadio” equivale a 200 m aprox.) es que están a entre cinco o seis kilómetros de la playa, es decir, en medio de lago. Recordemos que sus dimensiones son 21 km de largo y 12 de ancho aproximadamente (puede variar).
Es en ese punto que ven a Jesús aproximarse a la barca caminando sobre las olas (6, 19). No se dice que lo confundan con un fantasma (como en Mc 6, 49; o en Mt 14, 26). El detalle que se subraya es que se llenan de miedo cuando ven a Jesús.
¿No debería haber sido lo contrario estando precisamente en esa situación?
Obviamente el lector se puede preguntar: ¿Quizás porque perciben en Jesús que camina sobre el mar la presencia de Dios?
La frase que Jesús pronuncia en ese instante, “Soy yo, no tengan más miedo” (6, 20), nos reenvía a una fórmula de autorrevelación de Dios repetida en el Antiguo Testamento en situaciones de temor y desvalimiento (Gn 15, 1; 26, 24; 46, 3; Isaías 41, 13-14…). “Yo soy” es el nombre de Dios (Ex 3, 14-15). Una expresión que Jesús se aplicará a sí mismo en Juan 8, 58.
También sabemos de la epifanía de Dios como señor del mar, capaz de calmar el estruendo de la tempestad (como dice el Salmo 107, 23-30; recomiendo leerlo).
No hay episodios previos de personas que caminen sobre el mar, sólo se ha dicho de Dios: “Él despliega los cielos por sí solo y camina sobre las olas de los mares” (Job 9, 8; también en Isaías 51, 10; Salmo 77, 17. 20; 78, 13).
Esta manifestación de Jesús que camina sobre el mar concluye con otro dato fuera de norma: “de improviso” la barca toca la orilla del lugar a donde se dirigían (6, 21).
De nuevo un eco de la Escritura. Dice el Salmo 107, 30: “Él los conduce al ansiado puerto”.
Y eso pasa en el preciso momento en el que los discípulos expresan su voluntad de recibir a Jesús en la barca, cuando sus brazos se extienden hacia él para acogerlo.
Sin Jesús la barca está a merced de las olas y del viento. La decisión de “recibirlo” hace llegar la barca a su destino. El verbo “recibir” (“lambanō” en griego) es el que se usa en el prólogo de este evangelio para expresar la plena adhesión de fe a Jesús (1, 12: “Y a todos los que la recibieron (la Palabra) les dio poder de hacerse hijos de Dios”).
La situación de los discípulos tiene analogías con lo que experimentan después de la muerte de Jesús. Se sienten perdidos y afligidos sin Jesús. Al volverlo a ver después de la ausencia hace que su camino llegue a la meta.
- Cómo podríamos releer este pasaje
Se trata de una travesía. Hay un éxodo que hacer, algo por cruzar, una Pascua que vivir. Y toda travesía que se respete nunca es indolora: un gran esfuerzo acompaña y preside cada nuevo nacimiento a la vida.
Para los discípulos todo se resumía en tres factores externos: la tiniebla, el mar embravecido y el azote de las ráfagas de viento. Pero no es tanto lo que pasa en sí, es cómo se lo vive.
Hay noches que se viven con dificultad, con angustia en el corazón, terreno abonado para la crisis de identidad y de fe.
Hay noches en las que las que bellas experiencias vividas con el Señor parecen anularse. Los apóstoles acababan de presenciar la señal de los panes, pero el entusiasmo se les esfuma rápidamente en la travesía nocturna.
Hay noches en las que nuestras energías no bastan. A pesar de nuestras pericias, de nuestra preparación y experiencia, percibimos la inconsistencia de nuestros instrumentos, nos damos de nariz con nuestra fragilidad y limitación.
Tres palabras clave cambian la situación.
Una: “… Y Jesús todavía no había llegado” (6, 17).
Hay silencios y retardos de Dios que nos hacen llegar a pensar que si no lo hacemos solos no saldremos adelante.
Y ocurre que, habiendo probado la fecundidad que se obtiene al confiar en el Maestro, terminamos por tener miedo cuando el Maestro se hace presente.
Qué importante es tomar conciencia de lo que pasa cuando se da cabida a su ausencia.
Dos: “Yo Soy, no teman” (6, 20).
Las angustias y los miedos que sentimos también pueden abrinos a un rayo de luz y de vida.
El “Yo Soy” nos hace atravesar el mar, como lo hizo con Israel.
El “Yo Soy, no tengan miedo” nos infunde confianza como lo hizo con Abraham en la noche, con Jacob en la fuga, con Israel cuando se sintió como un gusanito aplastado por las grandes potencias.
El “Yo Soy, no tengan miedo” nos da la sabiduría para leer cada momento en una luz que fluye hacia la eternidad.
El “Yo Soy, no tengan miedo” nos regala del don de la serenidad, nos devuelve la conciencia de la meta que habíamos perdido en la tempestad, nos hace entender que el sentido de la vida no radica en el inútil intento de hacer todos los esfuerzos posibles para no dejar de remar, sino todo contrario, en el abandono en sus brazos.
Tercera: “Recibir a Jesús en nuestra barca” (6, 21).
Tomar a Jesús con nosotros: esta es la salida. Su presencia hace que nada de lo nuestro se cierre en sí mismo, que nada se pierda, que todo se abra hacia un horizonte mayor.
Con Jesús el dolor y el fracaso se convierten en realidades en las que nos abrimos para dar más amor.
Jesús se acerca a cada uno de nosotros tal como estamos, perdidos y confusos en los fragmentos rotos de nuestros días, para que aprendamos el arte más difícil: el de poder transformar el agua en que nos ahogamos en agua que puede salvarnos. Aquí está el éxodo que nos espera, pero no lo haremos solos.
El Jesús que camina sobre el mar es uno que logra transformar las aguas en camino, en rutas de éxodo.
Camina sobre el agua quien no se resigna pasivamente ante los acontecimientos dolorosos, sino quien los reconoce como lugar de salvación, quien los asume y los atraviesa.
Camina sobre el agua quien sabe que todo contribuye para el bien de los que aman a Dios.
Con Jesús en nuestra barca no sólo tenemos la certeza de que llegaremos al puerto, es que ya estamos en el puerto.
1 comentario
Si escuchar un sacerdote como el padre Fidel conmueve desde lo más profundo cómo sería escuchar a Jesús personalmente. Gracias padre Fidel por su gran amor a la Palabra y por compartir de una manera tan radical su vivencia de esta misma Palabra que cada dia me enamora más y más de Jesús.