El que coma de este pan
Lectio de Juan 6, 44-51
P. Fidel Oñoro cjm
La vida eterna está ya en la carne y la sangre de Jesús. El cuerpo glorioso del Resucitado está en la Eucaristía. Es bello el pasaje de hoy.
Esta parte del capitulo 6 del evangelio de Juan termina con la frase:
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo;
El que coma de este pan vivirá para siempre.
Y pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo” (6, 51).
¡Qué potente es el lenguaje de Jesús! Comprime su misterio y su historia entera en una frase. No con razonamientos, sino con imágenes.
Cuatro palabras, cuatro imágenes, cuatro metáforas:
- Pan
- Viviente
- Baja
- Cielo.
Cada una de estas cuatro palabras es generativa, en cuanto rica de movimiento, de experiencia, de sabor y de horizontes.
Jesús no explica el misterio, lo hace vibrar en tu vida. Es un misterio para degustar: ‘Gustad y ved cuán suave es el Señor, dichoso es el que se acoge a él’ (Salmo 34, 8).
El pan de que habla Jesús no es el resultado de un puñado de harina amasada y pasada por el horno. No. Es el símbolo de todo lo que hay de bueno para ti y que te mantiene en vida.
Jesús lo explicó así, con lenguaje vitalista y comprensible. Requería que cada uno tradujera y asimilara.
Sin embargo, se levantó una polémica: ‘Los judíos murmuraban de él porque había dicho: Yo soy el pan que ha bajado del cielo’ (6,41).
No les cabe en la cabeza el ‘Ha bajado del cielo’:
‘Y se preguntaban: ‘¿No es este Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?’ (6,42).
- No discutir acerca de Dios, sino sumergirnos en su misterio.
Retomemos el contexto. Los judíos comenzaron a murmurar porque él dijo: ‘Yo soy el pan que bajó del cielo’ (6, 41).
Dios descendió del cielo y el mundo está grávido de él. Está dentro de ti, íntimo para ti como un amante, disuelto en ti como un pan dentro de tu boca.
El eje de la historia es el descenso de Dios, un descenso que continúa de mil maneras.
El Dios que se hace cercano, está en camino hacia cada uno: si lo recibes en tu corazón, en tu mente, en tus palabras. Él todo lo alimenta desde el cielo.
Podríamos decirlo con palabras sencillas y directas:
Hay un secreto gozoso escondido en el mundo y Dios te lo revela: hay una comida que satisface tu hambre de vida, la felicidad existe.
No desperdicies palabras hablando de Dios, puedes hacerlo mejor: sumérgete en su misterio.
Busca pan vivo para tu hambre. Vivir pan que cambia la calidad de tu vida, le da un color divino.
No te conformes con otras comidas, eres el hijo de Dios, el hijo del Rey.
Prepárate para el asombro y la alegría de lo nuevo: una relación amorosa en el centro de tu ser y en el corazón del mundo.
- Ser atraídos
Jesús responde a las objeciones de sus contrincantes con la frase: ‘Nadie puede venir a mí si el Padre que me envía no lo atrae’ (6, 44).
Uno no se hace cristiano por imposición, ni por tradición, sino por esta atracción. No se trata de adoctrinamientos ni de cruzadas.
Soy cristiano por atracción: me atrae un Dios tan bueno como el pan, humilde como el pan, una energía inagotable que alimenta la vida, cada vida, toda vida. Un Dios que da y desaparece.
Y sus hijos harán como él, se harán pan bueno para alimentar a mucha gente.
En el funeral de un sacerdote, uno de miembros de la parroquia dijo: ‘Para nosotros era suficiente con mirarlo y verlo pasar. Para nosotros era pan’.
- Comer
La palabra repetida en esta parte del discurso es ‘comer’. Un hecho tan simple, tan diario, tan significativo, tan vital. Con ello se indican miles de cosas, pero la primera es vivir. Comer es una cuestión de vida o muerte. ¿Sí no no?
El pan que baja del cielo es Dios que se presenta como una cuestión vital para todo ser humano. Lo que comas te hace vivir y tú eres llamado a vivir de Dios.
Dios es así: una cuestión de fondo. Tiene que ver con tu posibilidad de vida. El secreto y el sentido último en el tiempo y en la eternidad es vivir de Dios, no sólo para ser mejores, sino para tener a Dios dentro, él me transforma en el corazón, en todo mi ser, me transforma en él.
‘Participar del cuerpo y de la sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a transformarnos en lo que recibimos’, dijo una vez san León Magno (siglo V dC).
Y mientras te transforma en él, te humaniza. Más Dios en ti equivale más yo. Los Padres de la Iglesia orientales llamaban a esta transformación “Theosis”.
Me impresionó mucho el testimonio de un anciano sacerdote francés quien, levantando el pan eucarístico con la mano, solía decir: ‘Que podamos convertirnos en lo que recibimos, en el cuerpo de Cristo. ¡Dios en mí!’.
Pues sí, mi corazón lo absorbe, él absorbe mi corazón y nos convertimos el uno en el otro.
Y esto es lo que le da sentido a toda la historia: traer el cielo a la tierra, traer a Dios al hombre, esa vida inmensa en esta pequeña vida.
Mucho más que el perdón de los pecados que ha venido a traer, él ha venido a darse a sí mismo.
Comer la carne y la sangre de Cristo, sin embargo, no se reduce al rito litúrgico de la Eucaristía.
El cuerpo de Cristo no sólo está en el altar, la tierra está llena de su Espíritu, Dios está vestido de humanidad, hasta el punto de que toda la humanidad es la carne de Dios. Y por eso todo lo que hagamos con uno de los pequeños, los vulnerables, que son los hermanos de Jesús, es con el mismo Jesús con quien lo hacemos (Mt 25, 40.45).
“Comer el pan de Dios” es nutrirse de Cristo y de Evangelio, es respirar ese aire limpio, es comer de ese buen pan continuamente.
- ¿De qué me alimento realmente?
Entonces preguntémonos: ¿de qué me alimento? ¿De qué alimento mi corazón y mis pensamientos? ¿Estoy comiendo generosidad, belleza, profundidad? ¿O me estoy alimentando de superficialidad, egoísmo, intolerancia, insensatez?
Si me alimento de pensamientos degradados, ellos nos empequeñecerán, me reducirán como lo saben hacer. Pero si acepto pensamientos de Evangelio, de ternura y de belleza, me hago una persona portadora de belleza. La ternura y la belleza son las únicas dos fuerzas que salvarán este mundo.
Si me alimento del Evangelio, el Evangelio le dará forma a mis pensamientos, a mis sentimientos, a mi amor. Me convertiré en lo que vive allí.
Esto hace que el asimilar la vida de Jesús no reduzca al rito eucarístico, sino que implica una liturgia continua, un vivir en cada respiración a Cristo en mí.
Quiere decir: soñar sus sueños, respirar el aire limpio y fresco del Evangelio, moverme en el mar de amor que me envuelve y que me nutre, porque ‘en él somos, nos movemos y respiramos’ (Hch 17, 28).
Todavía no soy Jesús, claro, pero soy esta posibilidad infinita, como escribía el poeta D. Turoldo. Quizás esta vida no me alcance para lograrlo, pero él lo ha prometido y confío en él. Él lo prometió y le creo.
Estoy convencido de que me convertiré en una sola cosa con él, en uno con él.