Un buen domingo para todos.
Todos recordamos la restauración, que duró unos 20 años, de la Última Cena de Leonardo. Durante siglos se habían depositado polvo, basura, humedad, humo de las velas, vapor de los alimentos de la cocina de los frailes. Se realiza entonces una necesaria labor de limpieza para traer a luz nuevamente la escena pintada por Leonardo da Vinci. Los rostros originales ya no se veían más.
Algo similar sucedió en la Última Cena celebrada por Jesús en Jerusalén, hace 2000 años. Aquella noche, el Maestro había dado un mandamiento: “Hagan esto en memoria mía” luego de haber compartido el pan y el cáliz. La comunidad del primer siglo, obedeciendo a este mandato del Maestro, se reunían en el día domingo para la cena del Señor. Esta era la celebración eucarística de los primeros siglos. No existían otras devociones, sino solo el partir del pan de la comunidad, en memoria de lo que el Señor había mandado durante la Última Cena. Se reunían en casas privadas, compartían el pan eucarístico en la mesa familiar, en un ambiente que no era sacral. No había nada en sus celebraciones que se pareciera a las celebraciones pomposas del templo de Jerusalén. NO. El rito era simple, de fiesta, auténtico e, incluso, provocador, porque las comunidades primitivas eran muy conscientes del significado del rito que estaban haciendo. Sabían muy bien lo que significaba extender la mano, tomar y comer el pan, tomar la copa de vino y beberla junto a los hermanos. Comprendían muy bien la provocación del gesto que hacían.
Ciertamente, durante la Última Cena los apóstoles no habían comprendido el gesto hecho por Jesús. Pero después de la Pascua lo comprendieron muy bien. ¿Qué es lo que pasó durante siglos? Se comenzó a perder de vista el significado de esa celebración, del compartir el pan e, incluso, la referencia a la Última Cena. Comenzaron muchas devociones en torno a la Eucaristía, algunas respetables, pero otras muy discutibles, especialmente cuando llevaban a eclipsar la naturaleza de convite de esta celebración. Es significativo que el Concilio Vaticano II, para poner de relieve el significado auténtico de lo que Jesús había hecho durante la Última Cena, no dice nada sobre las devociones eucarísticas que tanta importancia tuvieron durante siglos.
Sabemos que la devoción popular, una vez perdido el significado auténtico de esas celebraciones, ha promovido estas devociones que nos han dado santos… y, por tanto, son respetables, pero debemos analizar cuáles son las que representan el significado auténtico de la Eucaristía, y aquellas que, en vez, lo ofuscan un poco, El texto del evangelio de hoy nos pone delante la ‘pintura original’ – la primera celebración de la Eucaristía, libre de aquellas incrustaciones que se han depositado a lo largo de siglos.
Es decisivo para la vida de la Iglesia, tomar conciencia de lo que ha acontecido en aquella Pascua, en Jerusalén, y es siempre a aquella cena a la que debemos hacer referencia si queremos comprender qué es lo que hacemos cuando celebramos el banquete eucarístico en el día del Señor.
“El primer día de los Ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dijeron los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a preparar la cena de Pascua? Él envió a dos discípulos encargándoles: Vayan a la ciudad y les saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua. Síganlo y donde entre, digan al dueño de la casa: Dice el Maestro que dónde está la sala en la que va a comer la cena de Pascua con sus discípulos”.
El texto comienza con un dato diciendo que era el primer día de los Ázimos. El primer día de los Ázimos es la Pascua, el principio de una semana en que los israelitas se abstienen de todo lo que tiene levadura. El significado era lo siguiente: hacer un corte con el pasado y dar comienzo a una realidad completamente nueva. Sabemos que la levadura no era otra cosa que la vieja pasta y los israelitas tienen esta semana en la que eliminan todo lo que es pasado. Significa que la Pascua da comienzo a una realidad completamente nueva. Y nuestra Eucaristía va colocada en este contexto pascual.
Rashi, el más célebre comentarista medieval de la Biblia, decía que la Torá no debía comenzar con el libro del Génesis, sino con el capítulo 12 del Éxodo, porque el capítulo 12 habla del origen del pueblo de Israel. ‘Nosotros hemos comenzado a existir con la Pascua, con la liberación de Egipto. Y ha comenzado el tiempo de nuestra libertad como pueblo’. Y todos los años los israelitas celebran esta memoria del comienzo de su existencia como pueblo.
También nosotros, los cristianos, hacemos memoria de nuestra Pascua. El advenimiento decisivo de nuestra historia. Es el punto de referencia de la comunidad de los discípulos. Y en la Eucaristía celebramos nuestro origen, nuestro nacimiento porque, como cristianos, hemos nacido en la Pascua. Así como los israelitas hacen memoria de su historia, la liberación de Egipto, nosotros hacemos memoria, en la celebración eucarística, del comienzo de nuestra historia como discípulos de Cristo con la Pascua. Los ázimos: son el comienzo de una realidad nueva.
Para el pueblo de Israel los ázimos tienen un significado importante, porque, incluso ahora, la noche que precede a la Pascua, toda la familia debe ir a la luz de la vela a todos los ángulos de la casa para buscar hasta la más pequeña señal de levadura pues hay que tirarlo al fuego. El libro del Talmud, que es un libro sagrado para los hebreos, dice que la levadura que es eliminada no es solamente una levadura material, sino que es un símbolo muy importante para el pueblo de Israel.
Significa que hay que quitar todo lo que es malo; todo lo que es esclavitud. Y el libro del Talmud lo específica, dice que es el instinto malvado que habita en la persona que debe ser echado fuera. Por tanto, la arrogancia, la soberbia, la grosería, la vulgaridad, la dureza del corazón, la dureza del rostro, la vergüenza—todo esto era representado en la levadura que debe ser expulsada, pues en la Pascua los israelitas celebran el comienzo de un mundo completamente nuevo, el comienzo de la libertad. Y el que vive esclavo de estas pasiones no es libre.
Es también el significado de la Pascua para los cristianos. La levadura que debe ser eliminada… Pablo, en la primera carta a los corintios, en el capítulo 5 –parece que esta carta fuera escrita precisamente en torno a la Pascua—dice, “Despójense de la levadura vieja para ser una masa nueva, porque ustedes mismos son los panes sin levadura…” (1 Cor 5,7). Como cristianos son ázimos, son puros. El texto que hemos escuchado nos habla de la preparación de esa cena que debemos comprender bien. También nuestras celebraciones deben estar bien preparadas, no solo exteriormente, sino preparadas interiormente porque hay que interiorizar bien el significado de lo que vamos a realizar, para que no sea un signo hipócrita o sin sentido, un rito que luego no tiene ninguna incidencia en nuestra vida. NO. Hay que prepararlo.
Jesús fue a celebrar esa cena. Existe un aurea de misterio en esta preparación, precisamente porque Jesús no quería ser llevado a la muerte de manos de aquellos que querían quitarlo de en medio, antes de esta cena. Para Jesús era muy importante celebrar esta cena con sus discípulos. Sabía que Judas estaba tramando entregarlo. Judas no se ha dejado convertir al mundo nuevo, al hombre nuevo, y permaneció atado a sus antiguas convicciones. Su sueño era el mismo que el de su pueblo, el sueño presentado por los guías espirituales de Israel. Judas no se dejó convertir. Vio en Jesús una persona peligrosa que debía ser quitada de en medio. Judas pensó –no por dinero… eso vino después, no era el dinero lo que le interesaba– …Judas estaba preocupado porque este Jesús prescindía de todas las concepciones religiosas de su pueblo. Es por eso por lo que decidió entregarlo… en los evangelios nunca s dice que Judas ‘traicionó’ a Jesús. Siempre se dice que lo ha ‘entregado’.
¿Qué dijo Jesús a dos de sus discípulos, Juan y Pedro? Deben preparar esa sala, símbolo de lo que exige también nuestra celebración eucarística. ¿Y qué señal da para que reconozcan a aquel que debe llevarlos a la casa donde deben hacer esta preparación? Un hombre que lleva un jarro de agua. El agua solamente se podía sacar del único lugar posible, la piscina de Siloé. Los arqueólogos han descubierto una escalinata que bajaba precisamente desde el monte Sión, de la parte alta de la ciudad, hasta la piscina de Siloé. Jesús ha bajado por esa escalera esa noche… es conmovedor observar esa escalinata que Jesús ha recorrido descalzo.
Estos dos discípulos debieron observar a este hombre que salía de la piscina de Siloé con un balde de agua en la cabeza. ¿Cómo hicieron para reconocerlo? Muy sencillo, porque ningún hombre llevaría un balde de agua sobre la cabeza. Los hombres llevaban el agua sobre los hombros. Por tanto, fue muy fácil reconocerlo, porque esto es lo que hacían las mujeres… un servicio humilde.
Un mensaje muy importante: la señal distintiva del que te guía hacia la celebración eucarística auténtica, el que te introduce en el significado auténtico de la Eucaristía, es el que se hace servidor, que hace hasta el trabajo de las mujeres sin sentirse humillado. El que elige el último puesto; el que no se siente humillado al arrodillarse ante quien tiene necesidad de él… Esto te lleva al significado auténtico de la Eucaristía, te introduce realmente en esta sala.
Escuchemos lo que hacen estos dos discípulos que deben preparar esa cena.
“Él les mostrará un salón en el piso superior, preparado con divanes. Preparen allí la cena. Salieron los discípulos, se dirigieron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua”.
El evangelista quiere subrayar las características de la sala que han preparado los dos discípulos para la cena del Señor. La primera característica: esta sala se encuentra en el plano superior. La primera generación de cristianos, la comunidad guiada por Santiago, el hermano del Señor, uno de la familia de Jesús, continuó celebrando la Eucaristía en el día del Señor en aquella sala, en el plano superior.
Recientemente la arqueología ha sacado a luz una sinagoga de aquel tiempo en el lugar donde los hebreos recuerdan el lugar de la tumba de David. No era la tumba de David, sino una antigua sinagoga que había sido utilizada por los primeros cristianos. ¿Qué hacían estos primeros cristianos guiados por Santiago? Celebraban la liturgia de la Palabra en esta sinagoga luego, en la parte superior, celebraban el banquete eucarístico. ¿Por qué el evangelista indica que se encontraba en la parte alta?
Como crónica no interesa mucho, pero si se hace notar este detalle, quiere decir que quiere dejar un mensaje para nosotros, para nuestras celebraciones eucarísticas. Sabemos que en la Iglesia primitiva trataban de celebrar la Eucaristía, incluso exteriormente, en la parte superior. Recordemos, por ejemplo, que Pablo celebra la Eucaristía en Tróade en la parte superior, cuando Eutico se cae de la ventana (Hch 20,9). No nos interesa el aspecto material; nos interesa el mensaje que el evangelista nos quiere dar a nuestras celebraciones hoy. Deben celebrarse en una planta alta, no en la planta baja. Si los discípulos quieren celebrar una Eucaristía auténtica, deben ir a un lugar más alto del lugar donde se encuentran la gente que llevan una vida guiada por la lógica que no es la del plano superior. Para celebrar una Eucaristía auténtica requiere elevarse arriba de los criterios y de los valores que el mundo sigue.
El cristiano de desprecia a nadie, no juzga a nadie, pero debe saber que, en la sala, en el plano superior, se razona de una manera más o menos distinta, sino que se razona de manera opuesta respecto a la escala de valores de la parte baja. La escala de valores de la parte baja viene dada vuelta en el plano superior. Abajo, el que sirve, es que es pobre, que debe inclinarse delante de los patrones que le dan órdenes… como son inferiores no cuentan para nada. Pero en el plano superior esta persona es muy importante, digna de honor. En la parte baja están los patrones, los dominadores, los prepotentes, están los que pueden levantar la voz y hacer callar a todos; son personas exitosas. Pero en el plano superior, éstos son los fracasados.
Para que la Eucaristía sea auténtica, debe ser celebrada por personas que hayan hecho una conversión, un cambio, un dar vuelta de la escala de valores que guía sus vidas. Segunda característica: La sala es grande. No solo en el aspecto material. Quiere decir que la Eucaristía auténtica debe ser celebrada por una Iglesia acogedora, que tiene un corazón grande, que es lugar de comunión. Recordemos la parábola del banquete, en el Evangelio de Lucas, cuando el siervo, el esclavo es enviado fuera tres veces para poder llenar la sala; y la última vez que es enviado fuera se le dice: “Ve a los caminos y veredas y oblígalos a entrar hasta que se llene la sala” (Lc 14,23). Esta es la sala grande. La Iglesia es acogedora.
También el que ha tenido una vida desordenada, los abandonados, los ‘lázaros’ harapientos…todos son bienvenidos en esta sala. Y no son juzgados, sino amados por los hermanos. La comunidad no se escandaliza de los hermanos y hermanas que han tenido una vida poco ejemplar. En esta sala no se juzga a nadie. No se chismosea. En esta sala no se reprochan los errores cometidos. Los que quieren entrar en esta sala son aceptados como son, solo que hayan comprendido lo que luego se espera de sus vidas una vez que se hayan acercado al banquete eucarístico.
En nuestra Iglesia hoy el mensaje es de apertura del corazón, porque en esta sala entramos todos: los débiles, los frágiles pero que quieren participar en este banquete eucarístico. Tercera característica de la sala: está arreglada con divanes y arreglada para la fiesta, para la Pascua, para la celebración de la libertad, de la victoria, de la vida. La Pascua es la fiesta de la libertad.
¿Cómo celebraban la Pascua los hebreos? No sentados sino tumbados. Se habían adecuado a las costumbres de los griegos y de los romanos que, a su vez, lo habían copiado de los persas. Para celebrar la victoria, la libertad, comían tumbados. Era una posición muy incómoda, porque se tumbaban sobre las almohadas y luego ponían el codo izquierdo sobre un cojín y la mano derecha servía para alimentarse de la mesa que estaba en el medio. Una posición muy incómoda, pero indicaba que la persona no tenía miedo a nadie, era libre. Y los hebreos habían adoptado este uso y en la noche de Pascua celebraban la cena tumbados de esta manera.
Es significativo que la cena está preparada de manera que las personas expresen que son personas libres. Deben haber dejado en la planta baja todas sus esclavitudes, de lo contrario no tiene sentido participar en este banquete. Si todavía son esclavos del apego al dinero… la atención está solamente en el acumulo… entonces no se está preparado para la libertad – se es todavía esclavo; y si todavía persiguen sus intereses, sus propios egoísmos, todavía son esclavos; si cultivan rencor en sus corazones no son libres; se es esclavo también cuando hay rencores que están motivados por el orgullo pues contradice a la gran imagen que tienen de sí mismos. NO. Eres frágil – acepta tu debilidad porque Cristo te ama así como eres. Si eres esclavo de los rencores no eres libre para celebrar la Eucaristía. Si eres esclavo de chantajes afectivos no eres libre.
Y, peor aún, si eres todavía esclavo de la imagen de un Dios severo, ¿cómo harás para celebrar la fiesta del amor gratuito? Si eres esclavo de los caprichos, de los vicios, de tus hábitos que, no solo no te hacen bien, sino que no estás en buena disposición para celebrar el banquete. Somos conscientes que todos entramos en esta sala mientras no somos completamente libres, pero debemos ser conscientes que esa celebración nos quiere llevar a la libertad; de todo aquello que no nos permite ser personas verdaderas, como Cristo. Escuchemos ahora lo que aconteció durante aquella Última Cena:
“Al atardecer llegó con los Doce. Se pusieron a la mesa y, mientras cenaban, tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Les dijo: Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Les aseguro que no volveré a beber el fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Después de haber cantado los himnos salieron para el huerto de los olivos”.
Tratemos de entender bien lo que ha sucedido durante aquella última cena. Jesús sabe que va a morir. Es consciente que su vida llega al fin. Nos preguntamos, ¿qué es lo que más le preocupa en el corazón en ese momento? ¿Será que los discípulos se arrodillen para adorarlo? NO. En su corazón hay otra cosa. Quiere que el mundo nuevo al que dio inicio no acabe con su muerte. Quiere que sus discípulos se comprometan a dar continuidad al hombre nuevo que él introdujo en el mundo. No el hombre-fiera que quiere dominar sobre los demás, sino el hombre-servidor, el cordero. Quiere que nazca un mundo donde la gente sea verdadera, que sean corderos, no fieras. Y quiere poner una señal delante de sus discípulos que indique este proyecto de hombre nuevo que él ha llevado a cabo en su vida.
¿Qué señal es esa? En un cierto momento, “mientras cenaban, tomó pan”, notemos bien—no dice ‘el’ pan… como si fuera una hostia elevada… NO. Alarga la mano, toma del pan que estaba sobre la mesa. ¿De qué se trata este signo que Jesús elige? En la concepción semítica, el pan significa todo lo que es necesario para la vida, el alimento base, símbolo de todos los demás alimentos. Comer pan significa alimentarse.
Cuando la persona tiene hambre, no es solo para llenar el estómago; la persona tiene hambre de muchas cosas para realizar en plenitud su vida: tiene hambre de amor, de salud, de saber, necesidad de ser aceptado, también de ser perdonado, tiene hambre de justicia, también tiene necesidad de una caricia…. Todas estas necesidades deben ser saciadas para que una vida sea plenamente humana.
Y ¿qué hace Jesús? Luego de haber tomado del pan pronuncia la bendición. Tengamos pues presente, este significado de todo lo que la persona necesita para la vida. Es el alimento de una vida completa. Luego hablará del vino porque la persona no tiene solamente necesidad de lo que alimenta materialmente su vida, sino de lo que está simbolizado en el vino: la alegría que es necesaria para una vida humana plena y completa. Pronuncia la bendición. Bendecir quiere decir reconocer que todo lo que se encuentra sobre la mesa, todo lo que alimenta nuestra vida, viene del Señor. Es un don gratuito de su bondad. Reconocemos que no somos dueños de este alimento de vida. Como ya he dicho antes, no es solo el pan que satisface el hambre, sino de todos los alimentos que nos permiten vivir una vida plenamente humana.
Los bienes no son nuestros, son todos de Dios. Es la nueva interpretación de los bienes de la tierra que no pueden ser más objeto de posesión y acumulo. Son dones del amor del Dios creador, por tanto, dones que deben ser compartidos con los destinatarios que son quienes tienen necesidad de estos dones que no son nuestros, que pertenecen a Dios. En la planta baja… no son dones de Dios, son los alimentos de vida que algunos han acaparado y que luego comienza a negociar, a hacer pagar de los que tienen necesidad. Esta es la manera de relacionarse de la ‘planta baja’.
El que entra en la concepción evangélica, que es la de Cristo, la del ‘plano superior’, considera todos los bienes no como dueños sino como don de la gratuidad del amor de Dios. Dones que deben ser compartidos. Estamos bien hechos—estamos hechos para crear amor, si fuésemos autosuficientes saciaremos cada uno nuestra hambre sin relacionarnos con los hermanos y el amor no nacería. En vez hemos sido hechos para encargarnos de los dones de Dios y necesitados de los dones que tienen los demás hermanos.
En este intercambio de dones se realiza la humanidad que Dios quiso desde el comienzo de la creación: la de hijos que se aman, intercambian amor, y este amor es la vida que Él nos ha dado. ¿Qué son el pan y el vino? Son las señales que Jesús ha buscado para presentar toda su historia; son, ante todo, frutos de la tierra. Sabemos que en el pan y en el vino se concentran las energías del suelo (los minerales), y luego, dentro, está la energía del cielo (la lluvia, el viento, la luz, el calor, los rayos del sol). Pero en el pan no entra solamente esto. En el campo no crece el pan, crece el trigo. No crece el vino, crece la uva. ¿Qué es lo que compone el pan? No solo lo que la naturaleza nos da, sino el trabajo del hombre. Jesús no ha buscado productos en bruto de los árboles. NO. Ha buscado como señal de toda su historia allí donde entra el trabajo del hombre.
En el pan se concentran el cansancio de la gente, el trabajo de transformar lo creado y hacerlo utilizable para la vida del hombre. Pensemos… a la cena, en torno a la mesa, donde se colocaba el pan… Los comensales ¿qué veían en aquel pan? Imaginemos una familia de Nazaret, como la familia de Jesús: el papá, los hijos mayores, sentados a la mesa, veían en ese pan sus fatigas, sus sudores… cuando habían arado, sembrado…. La madre veía su cansancio porque había machacado ese grano, lo había hecho harina, lo había cocido en el horno… Y también el niño pequeño veía su trabajo en ese pan, porque lo habían enviado a buscar agua de la fuente.
En Nazaret, desde la casa de José a la fuente son 900 metros. También los niños veían su propio trabajo en aquel pan. Cada uno ha contribuido para el alimento de la familia todo lo que tenía, para alegría de todos. Todo se ponía gratuitamente en común. En la familia no se paga el trabajo que cada uno hace según la capacidad, la fuerza que le han sido donada por Dios. Ponen todo en ese alimento para que todos puedan alimentarse y gozar. La bendición reconoce que todo es don de Dios, es un himno a la gratuidad de Dios y es una propuesta de vida en la gratuidad. El pagano compra, vende, se siente propietario—esto en la planta baja. Pero en la planta alta está el discípulo de Cristo que sabe no es el dueño y es solo administrador de los bienes que el creador le ha puesto en sus manos para crear amor.
¿Qué más hizo Jesús durante la Última Cena? Lo rompió para que pueda ser compartido. El primer significado de la comunión eucarística es la toma de conciencia que somos huéspedes de Dios, comensales. No somos rivales en torno a un alimento que debemos acaparar desinteresándonos de las necesidades de los demás. Esta no es la concepción del que ha asimilado el proyecto de Dios, que se ha revelado en Jesús de Nazaret y que está representado en la señal de este banquete eucarístico. Luego lo ha donado. Donarlo es la lógica consecuencia. El don recibido es para compartirlo.
Y, dice Jesús: ‘Tomen y coman, éste es mi cuerpo”. ¿Qué significa esta expresión? Para un semita, el cuerpo no indica los músculos, los huesos, la sangre… NO. El ‘cuerpo’ es la persona que se fue realizando durante toda su historia de vida. Les doy un ejemplo. Cuando observaba a mi padre que tenía 75 años, una persona que había trabajado y sufrido… había estado en el campo de concentración… cuando lo observaba veía toda su historia… toda la vida que él había vivido… también las injusticias que había sufrido, el servicio a los hermanos que había ofrecido. Ese era el ‘cuerpo’, la persona con toda su historia.
Cuando Jesús dice: “Éste es mi cuerpo”, presenta toda su historia en esta señal. “Me hice pan – ‘este es mi cuerpo’ significa: este soy yo”. Notemos que no es el ‘pan’ que se transforma en Jesús…. En el pasado se pensaba que con la consagración hacíamos bajar a Jesús del cielo para que entrara en ese pan. NO. Es Jesús que presenta toda su historia diciendo: “¿quieren saber quién soy yo? Soy pan. Toda mi vida se transforma en alimento de vida, alimento de alegría para los hermanos. “Este soy yo: tomen y coman”. “Tomen” – es la primera orden que Jesús da. ‘Tomar’ es el gesto consciente de quien acepta esta propuesta que nos hace.
¿Qué significa ‘comer’? Comer significa asimilar. Cuando nosotros tomamos ese pan, comemos ese pan, hacemos un gesto que significa: ‘Yo quiero asimilar tu historia de vida donada’. Este es el único significado de la Eucaristía. Y debe ser puesto bien en evidencia. Reconocemos que ha estado ofuscado por muchas devociones…
Debemos llevarlo a su significado provocativo. Tomar y comer ese pan quiere decir dar respuesta a la propuesta de vida que Jesús te hace y es esta: si quieres unir tu vida a mi vida entregada, ‘toma y come’. Cumple con esta señal, y que sea una señal auténtica y no un rito que quizás haya perdido el significado. Es interesante que el papa Pablo VI dijo: ‘Cuando presenten ese pan digan: felices los invitados a las bodas del Cordero’. Comer ese pan es una propuesta de amor: ‘¿quieres unir tu vida a la mía?
Este es el significado del gesto eucarístico al que nos acercamos en el día del Señor. Hemos comprendido que ‘tocar ese pan’ quiere decir asimilar su vida. Este es su cuerpo, que luego se convierte en nuestro cuerpo; y así, en la celebración de una Eucaristía debe verse la vida de Cristo donada a través de nuestra vida, porque hemos unido nuestras vidas a la suya. Luego el cáliz. Sabemos cuál es el significado de la sangre para un israelita es la vida. Jesús invita a beber de ese cáliz, beber de su vida, a acoger su vida en nosotros, a dejar que ese Espíritu que ha animado toda su historia y le ha hecho donar todo, hasta el último instante, se transforma en nosotros la aceptación de su vida, de su proyecto de amor. Y todos beberán. No se excluye a nadie. Todos han aceptado su propuesta.
Quiero concluir con una pregunta que a menudo me preguntan: “¿No es suficiente celebrar una vez en la vida esta Eucaristía en la cual nos unimos a Cristo? ¿Por qué, todas las semanas, en el día del Señor, celebramos este gesto?”. Algunos incluso dicen que es un gesto inútil, una pérdida de tiempo. A esta pregunta doy dos respuestas. La primera y más importante: se participa en la celebración eucarística, ante todo, para tomar conciencia que somos gente amada gratuitamente. Entrar en esta lógica del amor incondicional y gratuito de Dios, para sentirnos amados, así como somos. Aún si somos frágiles, pecadores, saber que somos amados y que se nos ha colmado de dones gratuitos para compartirlos gratuitamente con alegría con los hermanos y hermanas. Si fuese una pérdida de tiempo, al tomar conciencia de este amor, entonces también son pérdida de tiempo todos los momentos cuando los esposos van juntos para sintonizar con sus opciones de vida y para gozar de su amor recíproco. Es el momento en que nos alegramos de sentirnos amados por Dios. Un segundo motivo. Lo presento con un ejemplo. Cuando vamos a la playa… perdemos tiempo. Tomamos sol y no hacemos nada. Pero estamos convencidos que no es una pérdida de tiempo, porque nos bronceamos, nos embellecemos, nos hacemos más fuertes, nos relajamos, luego tendremos menos enfermedades durante el invierno. No hemos perdido el tiempo. Nos hemos dejado broncear por ese sol. Participar en la celebración eucarística es hacer una curación de belleza. Ponerse delante del sol que es Cristo, y si no tomamos sol al menos una vez por semana, nos ponemos feos, pronto perdemos el color de su amor gratuito.
Nos ponemos, todos los domingos, frente a su palabra y a su persona que ha donado su vida. Nos confrontamos con su amor incondicional y permanecemos por un poco de tiempo bajo estos rayos de su testimonio de amor. Esta curación hace desaparecer muchas heridas provocadas por nuestro egoísmo, nuestra debilidad, nuestro orgullo y nos convierte en más dispuestos, más preparados, más capaces de amar.
Les deseo a todos un buen domingo y una buena semana.