
Edgardo Jara Araya siempre quiso ser sacerdote.
Tanto así, que desde niño se ponía las largas camisas blancas de su padre para simular una casulla y jugar con sus amigos a celebrar misa o realizar procesiones en el barrio Maracaná en Ciudad Quesada, un Distrito agrícola y ganadero en la provincia de Alajuela en Costa Rica. Se podría decir, casi literalmente, que nació con la vocación sacerdotal. “Mi papá Victorino Jara Jiménez, siempre quiso ser sacerdote, pero mi abuelo nunca lo dejó ir al seminario; y mi madre, Melitina Araya Gamboa, fue por unos cuatro o cinco años una hermana religiosa”, dice el ahora sacerdote franciscano, más conocido como el padre Lalo. “Durante unas vacaciones ella decidió no regresar al convento y un tiempo después conoció a mi padre”.
Ubicada al pie de la Cordillera Volcánica Central, el padre Lalo dice que Ciudad Quesada, también conocida como San Carlos, es un pueblo con muchos valores religiosos. Su parroquia es actualmente la Catedral San Carlos Borromeo de la Diócesis de Ciudad Quesada. El padre Lalo no recuerda que él jugaba a ser sacerdote. Eso lo leyó en las cartas que su madre le escribió mientras él realizó su primer año de noviciado en el Convento del Santuario Santa María del Pueblito, en Querétaro, México, en 1999. Ese fue el resultado de una visita a Querétaro, dos años antes, cuando el padre Lalo reencontró su vocación al conocer a un fraile franciscano en el Templo y Convento de la Santa Cruz.
Fueron seis años los que pasó pensando qué era lo que Dios esperaba de él. Mientras tanto, trabajó como maestro enseñando, ética, filosofía, sicología, y educación religiosa en dos colegios católicos de la región norte de Costa Rica.
“Tenía casa, auto, y muchos amigos que con el tiempo me di cuenta de que no eran realmente amigos”, dice el padre Lalo. De alguna manera, le pasó lo que a San Francisco antes de encontrar su vocación. “Todo era fiesta, alegría y vacilón”.
Transcurría el tiempo y un día, diez años después de la muerte de su hermano, Edgardo volvió a ver reír a su mama en una Navidad.
Se contactó con la provincia franciscana de Centroamérica, pero el director de vocaciones, después de consultar con los miembros del Consejo Provincial, le recomendó buscar una provincia en Estados Unidos, donde aceptan candidatos con mayor edad.
A través del internet, se comunicó con los frailes de la Provincia de Nuestra Señora de Guadalupe en Nuevo México. Un año después ya estaba en Nuevo México, donde comenzó su segundo postulantado. Durante el proceso de formación conoció algunos frailes de la Provincia del Santo Nombre, quienes le comentaron que en la costa Este, había más centroamericanos y que la geografía no era tan árida como en el sur oeste.