Una buena Pascua para todos.
El pasaje del Evangelio que se nos propone en esta fiesta de la Ascensión de Jesús es la última parte del Evangelio según Marcos, son los últimos versículos. Y cuando llegas a la última página de un libro significa que la historia ha terminado. En esto, el evangelio de Marcos no es una excepción; de hecho, dice cómo ha terminado la vida de Jesús: no en la oscuridad de una tumba como creían los que lo habían ejecutado, sino en la luz del cielo, en la gloria del Padre. A los ojos de los hombres Jesús fue un fracasado, un perdedor, pero en la Pascua el Padre celestial pronunció su sentencia que es la que importa. Jesús es glorioso, vencedor.
Así es como podría terminar el evangelio según Marcos, pero el evangelista añade un versículo al final, un versículo que vamos a escuchar y que marca el comienzo de una nueva historia hasta el punto de que todo lo que fue contado antes por el evangelista Marcos es una preparación para esta segunda parte en la que nos encontramos hoy también nosotros. Así pues, la fiesta de hoy, que marca el final de la vida de Jesús en este mundo, no es más que un pasaje para pasar a los discípulos que habían participado en el anuncio del nuevo mundo de Jesús durante los tres años de su vida pública.
Ahora se entrega a los discípulos la misión de construir este nuevo mundo al que Jesús dio comienzo. Y en esta segunda historia estamos involucrados nosotros hoy. El relevo es para nosotros. Somos nosotros los que debemos seguir el proyecto de Jesús. Escuchemos, en primer lugar, cómo el resucitado se ha manifestado a estos discípulos:
“El señor se apareció a los Once cuando estaban a la mesa. Les reprendió su incredulidad y obstinación por no haber creído a los que lo habían visto resucitado”.
No es un detalle marginal lo que menciona el evangelista Marcos. Los discípulos ven al Señor resucitado mientras están sentados a la mesa. Es un detalle que también es recordado por los otros evangelistas. Lucas nos cuenta que los discípulos de Emaús abrieron los ojos y vieron al resucitado en el momento de la fracción del pan, cuando estaban sentados a la mesa. También Juan, en el lago de Tiberíades, los discípulos reconocieron al resucitado cuando les ofreció pan. Esto es catequesis, es el momento cuando la comunidad está reunida en el día del Señor y en el momento de partir el pan nuestros ojos se abren y vemos el resucitado. Ahora somos nosotros esos Once.
A nosotros nos habla el Resucitado. Intentemos mirar a estos Once, uno por uno. ¿Quiénes son? Somos nosotros. Es un grupo herido, deberían ser 12 pero uno se perdió; ni siquiera Jesús pudo involucrarlo en su propuesta de ser también él constructor del nuevo mundo. Judas prefirió seguir creyendo en el viejo mundo y se alió con los guardianes del reino de las tinieblas. Los otros son gente asustada, temerosa. Uno de ellos incluso negó al Maestro: Pedro.
El evangelista Marcos es muy duro al presentar lo que hizo Pedro. Emplea un verbo muy fuerte: ἀναθεματίζειν = ‘anathematizein’. Pedro comenzó a perjurar y maldecir a Jesús. Los otros evangelistas no utilizan este verbo que es la única vez que aparece en los Evangelios. Para proteger su vida Pedro comenzó a maldecir al Maestro. ¿Qué hace el Señor resucitado? Los reprende. Él también nos reprende. Pero no porque hayan huido, porque lo han negado, porque tienen miedo. NO.
Los reprende porque son incrédulos y duros de corazón. En el último capítulo del evangelio según Marcos se insiste mucho en la dificultad que estos discípulos tenían en creer. Se dice que no creyeron a Magdalena, que no creyeron a los dos discípulos de Emaús que habían encontrado al resucitado. ¿Por qué insiste tanto Marcos en esta falta de fe de los discípulos? Aclaremos lo que significa creer y luego no nos sorprenderemos de las dificultades que los Once tenían en creer, porque es la misma dificultad que tenemos hoy.
Los Once recibieron el testimonio de los que habían hecho la experiencia del Resucitado, lo habían visto: la Magdalena, los dos de Emaús y los Once no dudaron de su sinceridad, pero esto no es todavía la adhesión de la fe; es la conclusión de un razonamiento lógico. Los Once ciertamente escucharon a la Magdalena y a los dos de Emaús, eran personas fiables. No tienen ninguna razón para mentir. Su testimonio es verdadero y muy razonable lo que dicen. La verdadera fe presupone la razón, debe ser razonable, de lo contrario es credulonería, pero no se reduce a un asentimiento intelectual, a una verdad. Creer en Jesús es una elección de amor.
No basta estar fascinado por su persona o su propuesta de vida. Uno debe decidir unir su vida a la suya, y esto es difícil porque la propuesta de Jesús va en dirección opuesta a lo que nuestra naturaleza humana sugiere. Y a los discípulos les costaba creer porque si Jesús ha resucitado, si el Padre lo ha recibido en la gloria, entonces eso significa que tenía razón. Tenía razón cuando dijo que quien guarda la vida para sí mismo, la pierde; y en cambio quien la dona, la realiza en plenitud.
Si Jesús ha resucitado, entonces la persona exitosa no es lo que los discípulos tienen en mente sino el de aquel que da todo de sí mismo para alegría del hermano. Entonces, si Jesús ha resucitado, todos los sueños de gloria que Pedro, Andrés, Santiago, Juan y también nosotros hemos cultivado, deben ser definitivamente dejados de lado. Esa es la dificultad para creer. Si estas dudas no surgen, si no sentimos esta dificultad para dar la adhesión de fe a Jesús de Nazaret, significa que no hemos entendido qué significa creer en Jesús. La dureza de corazón, las dudas de estos discípulos son las nuestras.
Muchas veces nosotros también dudamos y nos preguntamos, ¿será cierto que dando la vida como lo hizo Jesús la mantengo? ¿no sería mejor para mí hacer lo que todo el mundo hace? Si renuncio a disfrutar de la vida, ¿no me arrepentiré al final? Esa es la dificultad para creer. Significa dar la adhesión a la propuesta que nos hace Jesús. Y notemos que Marcos quiere hacer sentirnos cercanos a estos Once. No dice que después de los reproches que les hizo, Jesús les mostró señales para inducirlos a creer como sucedió en otros momentos, en la manifestación del resucitado: miren mis manos, mis pies o a Tomás, mete tu dedo en mi costado… NO. No les da ninguna señal, los dejó en la condición de quien está llamado a creer en el testimonio de quien ha visto al Resucitado.
Y hoy nosotros creemos en el testimonio de estos Once a quienes les agradecemos porque fueron los que nos entregaron a Jesús y su evangelio. A pesar de su fragilidad y sus debilidades llevaron a cabo su misión y si hoy tenemos la fortuna de conocer a Jesús y descubrir el tesoro del evangelio, se lo debemos a estos Once testigos, gente de poca fe. Después de la reprimenda a estos Once por la fragilidad de su fe esperaríamos que antes de confiarles una misión difícil y exigente Jesús esperara de ellos un signo de arrepentimiento, una toma de conciencia de su indignidad, en cambio, escuchemos lo que pide a estos débiles y temerosos discípulos y esto es lo que nos pide hoy na nosotros.
“Jesús les dijo: Vayan por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad. Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará”.
“Vayan” les dijo el Resucitado a los Once. Tienen que salir, tienen que empezar a moverse y el que se va se aleja de un cierto lugar, de cierta gente, de cierto ambiente. ¿Qué han dejado estos Once? Su pequeño mundo palestino, sus tradiciones religiosas a las que estaban muy apegados porque las habían aprendido de sus padres y deben ir hacia nuevas tierras, nuevas culturas, para sembrar no sus tradiciones religiosas sino el evangelio.
Tratemos de tener claro lo que el Resucitado nos pide hoy: anunciar el evangelio. Durante mucho tiempo la misión que Jesús nos había encomendado se había interpretado como el encargo de hacer proselitismo; todo el mundo tenía que hacerse cristiano… un poco como hacían los fariseos que recorrían los mares y las montañas para hacer un prosélito. Ya sabemos lo que pasó en la historia para conseguir estas conversiones; desgraciadamente también se recurrió a la coacción.
Hemos oído a veces quejarse a algunos predicadores quienes dicen: “En este mundo, en esta sociedad, no se puede convertir a nadie…”. Y ¿quien te pidió que convirtieras a alguien? El Resucitado te pidió solo una cosa: anuncia fielmente el evangelio. Convertir, cambiar el corazón, no es la tarea del predicador; es el Espíritu el que obra estas conversiones. Tu solo tienes que anunciar fielmente la palabra del evangelio y luego confiar en el poder divino que está presente en esta semilla. Recordemos esa parábola que nos relata solo Marcos, en el capítulo 4: el sembrador echa la semilla en la tierra; duerma o vele, de noche o de día, la semilla brota y crece ¿cómo? Él no lo sabe porque no depende de él, depende del poder divino presente en la semilla de la palabra evangélica. Cuando esta semilla se siembra en el corazón de alguien, ya no puede deshacerse de ella porque no es una palabra humana y produce frutos extraordinarios.
El contenido de este mensaje: El evangelio. Está sintetizado bien en esta palabra que conocemos muy bien su significado: Buena Noticia. Y ¿cuál es la Buena Noticia que deber ser anunciada? Una sola: el amor incondicional de Dios por la persona. La vida divina que Cristo trajo al mundo. No es que Dios sea bueno con los buenos y que castigue severamente a los malos; eso es lo que todos han dicho siempre antes. Debemos anunciar que Dios ama a todos, incluso a los malos. Esta es la novedad y esto debe ser anunciado a todo el mundo; todos deben saberlo.
Y este anuncio del evangelio debe hacerse a toda la creación. Esperaríamos que se anunciara solamente a la gente, pero el evangelio no solo debe cambiar los corazones de los hombres sino de toda la creación. ¿Qué significa? Tratemos de observar lo que ha pasado. ¿Cómo han manejado los seres humanos la creación? Los hombres ¿se movieron por el plan del Creador que habían entendido y, por tanto, sabían cómo debían administrarse los bienes de la tierra? NO. Se movieron por su propio criterio, por su propio egoísmo, y así se dejaron mover por su codicia, por su insaciable avaricia, y en lugar de ser jardineros, custodios de la creación, se convirtieron en déspotas y depredadores. Manipularon la naturaleza a su antojo, doblegándola a sus propios y egoístas designios y locos proyectos. Sabemos a lo que redujeron lo creado. Han reintroducido el caos, un mundo invivible.
De hecho, Pablo en su carta a los romanos dice que todas las criaturas están esperando los efectos benéficos de la salvación que la luz del evangelio introduce. La luz del evangelio libera a la persona y le lleva a establecer una nueva relación con la creación, con respeto a la creación que debe colocarse al servicio de cada persona.
Y el Resucitado sigue diciendo: “Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará”. Cuidado con este lenguaje oriental que siempre contrasta el blanco y el negro; dos opciones, una de vida y otra de muerte. “Quien crea” significa el que dé su propia adhesión a este evangelio, a la propuesta de un hombre nuevo y un mundo nuevo hecha por Jesús “se salva por esta palabra”.
Salvado no significa llevado al paraíso, allí son todos acogidos en los brazos del Padre celestial. “Salvados inmediatamente”, es decir, si uno se adhiere al evangelio realiza en plenitud su propia humanidad; si, en cambio, no se adhiere, no se salva, no se deja salvar y por tanto no se humaniza porque quien construye su vida sobre propuestas diferentes a la de Cristo no construye en plenitud su propia existencia. Y el bautismo es el signo de esta inmersión total como sarmientos a la vid, inmersión en el Espíritu de Cristo. Escuchemos ahora con qué imágenes Jesús nos presenta el cambio del mundo que se produce cuando el evangelio es aceptado.
“A los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se sanarán”.
Hay una pregunta que escuchamos de los no creyentes: “¿De qué sirve tu fe? ¿qué produce? Dicen: ‘Vemos a los creyentes que van a implorar a algún santo cuando están enfermos, con la esperanza de recibir un milagro. Nosotros confiamos en la ciencia, no en santos’. Una cierta credulonería, entendida como fe, no produce absolutamente nada, aunque tenga muchos seguidores. La fe entendida como una petición al Señor que haga algún milagro para resolver nuestros problemas es sólo alienación.
Jesús, en el Evangelio de hoy, responde precisamente a la pregunta que nos hacen los no creyentes: ¿Qué produce tu fe? Si es credulonería no produce nada. Jesús dice: ‘si realmente confías en el evangelio, es decir, en la propuesta de hombre y de mundo que yo hago, asistirás a prodigios, a acontecimientos inesperados y extraordinarios que no esperabas’. Si inmediatamente desaparecieran todas las guerras en el mundo y todos se tratasen como hermanos y se ayudaran mutuamente – los más fuertes ayudasen a los más débiles… el mundo cambiaría. Diríamos que se trata de un prodigio absolutamente inesperado. Si esto no sucede es precisamente porque no damos la adhesión a la propuesta que hace Jesús. Dice Jesús que los prodigios no acompañarán a los predicadores como milagros para darles la razón, para comprobar que tienen razón. Esta es una interpretación apologética del milagro que Jesús siempre ha rechazado. ‘Esta es una generación perversa y adúltera la que piden estos milagros’ (Mt 12,39).
Por desgracia, fue al final del segundo siglo que el milagro fue interpretado como prueba y hemos heredado esta concepción: la prueba que la religión cristiana es verdadera es que se realicen milagros. Jesús rechazó esta interpretación. Dijo: Anuncien el evangelio, adhiéranse a esta propuesta y serán testigos de prodigios. Y presenta a estos prodigios llamados signos con cinco imágenes tomadas de la Biblia.
Tratemos de interpretarlas y comprenderlas. El primero de estos signos: El evangelio expulsará al demonio. Dejemos de lado los exorcismos con sus rituales y las fórmulas que lo acompañan y no confundamos las patologías tratadas por los médicos con los demonios con los que Cristo se enfrentó y del que nos hablan los Evangelios. Los demonios son una realidad muy concreta. Todos conocemos a estos espíritus inmundos que nos arruinan. Todos los experimentamos y tienen nombres muy claros y precisos. El demonio del orgullo, la codicia, la codicia por el dinero, el apego a las posesiones. Demonios que nos deshumanizan. El rencor, el querer hacerles pagar a los que nos hicieron daño. El libertinaje moral, el egoísmo, la falsedad, la ira, los celos. Estos son los demonios que nos deshumanizan y nos convierten en violentos, crueles, insensibles a las necesidades de los pobres. Nos hacen menos personas y hasta un poco bestia. Estos son los demonios que son expulsados, no con agua bendita, sino con el evangelio.
Donde llega el evangelio, estos demonios desaparecen. Si una familia está dividida por la envidia, por el apego a las posesiones, por el libertinaje moral, a veces división entre marido y mujer… si llega el evangelio estos demonios desaparecen y vemos prodigios inesperados. Hermanos que no se han hablado en 20 o 30 años… por una herencia mal repartida, cuando aceptan el evangelio se dan cuenta que están llamados a relaciones que son las que Cristo propone.
“Hablarán nuevas lenguas”. ¿Cuáles son las lenguas que los hombres siempre han empleado? La de la fuerza, el lenguaje que se emplea continuamente hoy en día. Y cuando los políticos tienen que lidiar con sus problemas gana el que alza la voz más fuerte. Es la voz de los poseídos. Están poseídos por los demonios, por el orgullo porque son más fuertes. Estos demonios sugieren el lenguaje del insulto y luego no hablan más y hacen hablar a las armas. El lenguaje de las represalias, de la venganza, de responder a un crimen con otro crimen.
Este es el lenguaje del mundo viejo. La humanidad nueva necesita un nuevo lenguaje, que es el que sugiere el evangelio, el del amor, del perdón, del servicio recíproco, incondicional; y los discípulos deben ser capaces de hablar bien este idioma. Este lenguaje debe ser natural para ellos por su propia naturaleza como hijos e hijas de Dios. De la misma manera como cuando se habla una lengua uno no razona para recordar las reglas de la gramática y la sintaxis, es algo natural hablar una determinada lengua. El discípulo que está compenetrado por el mensaje del Evangelio habla con naturalidad este lenguaje de amor. “Agarrarán serpientes y no les harán daño”. Esta es también una imagen bíblica. Recordamos cómo los salmistas, los profetas, emplearon la imagen de los animales luchando entre sí y que luego hacen la paz en el nuevo mundo. A través de las imágenes de los animales se indica el reino de Dios donde no habría más espacio para las hostilidades, rivalidades, agresiones entre la gente. Y estas serpientes son una imagen que encontramos al principio de la Biblia. La serpiente que dice a los hombres alejarse de Dios. Jesús dice que el evangelio te inmuniza de estas serpientes.
Los discípulos no deben tener miedo porque la fuerza que han recibido de Cristo, de su palabra, los hace invulnerables. Recordemos lo que nos recuerda Lucas en el capítulo 10, las palabras de Jesús: “Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, nada puede hacerles daño”.
Otra comparación: “Si beben cualquier veneno no les hará daño”. Hay mucho veneno que circula en nuestra sociedad. Esparce veneno quien trivializa la sacralidad del amor y de la fidelidad conyugal; esparce veneno los que ya no distingue entre lo que es bueno y lo que lo que es malo, entre lo verdadero y lo que es falso para quienes todo es válido y también su contrario y al final uno no sabe qué hacer. La norma se convierte en lo que me gusta. Así se desparrama veneno; sugiere como norma de vida la búsqueda incondicional del placer como sumo bien. Estos son los mensajes que están envenenando las nuevas generaciones.
A pesar de todo, algo de veneno tenemos que beber. Jesús dice que el evangelio te inmuniza. Puedes marearte un poco e incluso pensar que lo que los medios de comunicación te dicen es verdad, pero si has absorbido el mensaje del evangelio te darás cuenta de que no son ellos los que tienen razón. Es Jesús de Nazaret quien te dice la verdad sobre la persona.
Y luego: “Impondrán las manos sobre los enfermos” … y no dice que se curarán. El texto griego dice: καλῶς ἕξουσιν = ‘kalós hexousín’ = se beneficiará de esta imposición de manos. Las curaciones las realizan los médicos. Pero la recepción del evangelio te hace comprender y también dar sentido incluso a estos momentos de debilidad y fragilidad que son parte de nuestra condición humana. Y cuando reflexionas con serenidad sobre esta realidad y aceptas esta condición te ayuda también a obtener un mayor efecto beneficioso de los medicamentos que te da el médico.
Y ahora se hace el traspaso: Jesús ha concluido su misión y ahora nos toca a nosotros llevarla a cumplimiento. Escuchemos:
“El Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba la Palabra con las señales que la acompañaban”.
Según el juicio de los hombres Jesús fue un derrotado. Un perdedor que terminó en una tumba. Luego rodaron una enorme piedra delante de esta tumba y eso fue el final. Es un dicho que también nosotros decimos: ‘Taparlo con una piedra’, que significa que todo ha terminado. El evangelista Marcos dice al final de su evangelio que las cosas no acabaron así y presenta el juicio de Dios sobre Jesús de Nazaret. Presenta este juicio utilizando el criterio cultural de su tiempo. Dice que su historia no terminó en una tumba, sino que fue llevado al cielo y se sienta a la derecha de Dios. El cielo no es la atmósfera, es la morada de Dios, la casa del Padre; no en la tumba sino en la gloria de la casa del Padre.
Y luego ‘se sentó a la derecha de Dios’. Se trata de una imagen que recuerda las costumbres de las cortes orientales, donde los súbditos que habían mostrado lealtad a su señor eran puestos junto al rey, en presencia de todo el pueblo y delante de todos el gran rey los hacía sentar a su derecha. Recordemos las palabras del salmista que se dirige al rey de Israel en el día de su entronización con estas palabras: “Dice el Señor a mi señor, siéntate a mi derecha”, es decir, es la invitación a todo el pueblo para que considere a este rey de Israel como un protegido del Señor.
El evangelista quiere decirnos que Jesús de Nazaret, el derrotado, ha sido proclamado por Dios como su fiel servidor y por ello y por su fidelidad el Señor lo ha exaltado. Le ha dado un nombre por encima de cualquier otro nombre, como dice la carta a los filipenses. “A él ha sometido toda criatura” como dice la carta de Pablo a los Corintios. La conclusión:
“Los discípulos salieron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba la Palabra con las señales que la acompañaban”.
La frase final es para decirnos que los discípulos no deben sentirse solos; Jesús que recorrió los caminos de Palestina, y estaba físicamente con sus discípulos, no se ha alejado. Ya no está donde estaba entonces, sino que está donde estamos nosotros hoy. Siempre está con nosotros en todo momento y acompaña nuestro anuncio con signos.
Tengámoslo presente y cuestionémonos: ¿La palabra que anunciamos produce estos prodigios, estos signos? porque si estos prodigios no ocurren entonces tenemos que preguntarnos si el evangelio que anunciamos es el auténtico porque el Señor dijo que la adhesión a sus palabras producirá signos extraordinarios.
Les deseo a todos una buena Pascua y una buena semana.